supuesto. En Almorodui una mujer anciana, que miraba por una ventana, se retira de ella al pasar nosotros, y con las manos juntas y con toda la expresión del sentimiento más vivo a media voz ¡Qué hermosos son los españoles! Otra a la salida del lugar, esforzando su grito entre las demás, decía con la acción más viva: vamos adelante, hijos de mi alma, vamos a defender la lei de nuestro Dios. En este pueblo, donde a la llegada del general redoblaban las manifestaciones, lloraban con una violencia, que a los granaderos de la escolta se les saltaban las lágrimas. Entre unas peñas oíamos sobre todo el acento de una mujer, que clamaba sin cesar ¡Ya vino Dios, ya vino Dios!... No, el que al leer esto no sienta humedecidos sus ojos, el que no sienta llamar a su corazón todas las pasiones nobles, que se vaya de entre nosotros; no es digno de ser español.
El modo de pensar de estos pueblos, y la firmeza de su opinión, se funda en la sencillez de sus almas; pues parece que está concedido a esta clase el don de la sana razón. Oiga Vm. su modo de calcular. Una Señora respetable me decía en Aljabia, señalando el mundo, jamás nos había abandonado la esperanza; porque esto lo maneja un Dios: este Dios es justo, porque si no, no sería Dios: la causa de los franceses es inicua; ¿la dejará prevalecer?. Una joven de Terque, tan bella como amable, llamada Mariana, decía con la viveza de su sexo cuando siente con pasión: no nos abandonen Vms. Napoleón no es eterno; ha de morirse; cuando se muera esto se acaba; yo soi muchacha y espero en Dios que lo he de ver. Aprendan a discurrir esos infames y viles calculadores, tan falsos en sus tenebrosas cuentas, como lo es el temple de sus al-mas, y pierdan para siempre nues-tros enemigos la esperanza de subyugar un país, cuya masa ge-neral piensa de este modo; pier-dan la esperanza de dominar a España, a la noble España, donde no quedan ya más que los bue-nos, que no cederán jamás. Esta-mos mui contentos, y si la Provi-dencia quiere sernos propicia un momento, no se neutralizará el efecto de nuestra buena, de nues-tra decidida voluntad.
Sepa todo el mundo estos he-chos, que son el espejo de nuestro carácter, y la desesperación de nuestros enemigos, para que se conforten y complazcan los bue-nos, y para que sirvan de oprobio y desconsuelo a esos hijos bas-tardos de España, para quienes la voz patria es vacía de sentido; a esos, cuyo corazón se cerró ya para siempre a estas ternísimas sensaciones. L.L
Cuevas del Pretil. Santa Cruz (Almería).