«Las calzadas de Sión están de luto,
ya nadie viene a las solemnidades.
Todas sus puertas desoladas,
sus sacerdotes gimiendo,
afligidas sus doncellas
¡y ella misma es amargura!»
(Lamentaciones 1, 4)
Más general que los pequeños detalles, que tanto cuesta espigar en la adormecida memoria del pueblo, es palpable el dolor y la rabia de los lugareños por la trágica historia y el abandono que ha sufrido el Convento a lo largo del tiempo.
Como las cuentas de un rosario, una serie de fatalidades se concatenan unas a otras hasta resultar una historia realmente triste, donde todo queda truncado. Apenas fundando, el enérgico terremoto del 22 de septiembre de 1522 solo dejó en pie el torreón y la fachada sur de la Capilla. Cuarenta y seis años después, la Rebelión de 1568 hizo que perdiese todo su patrimonio y las vidas de sus moradores. Tras una difícil recuperación, que supuso partir totalmente de nuevo, disfrutó de una época más tranquila. Señal de la bonanza supuso el encargo, por parte del prior fray Pedro de la Fuente, de una nueva Capilla conventual y su retablo correspondiente en 1723. El granadino arquitecto Simón López de Rojas trazó el templo que hoy conocemos, siendo ejecutado por el albañil Antonio Tortosa, teniendo como cantero a Juan Castillo y a Manuel Ramos como aparejador. Consagrada con gran pompa y como signo de prosperidad y futuro, en realidad fue el canto del cisne.
En 1808 las tropas francesas se encargaron de saquearlo y, aunque el 24 de junio de 1814 el Estado restituyó los bienes a los frailes, sus días estaban contados. La desamortización de 1835 expulsó a los ocho frailes profesos que habitaban el Convento, habían puesto final a más de trescientos años de presencia agustina. Subastado y parcelado el edificio conventual, con el archivo y patrimonio que custodiaba, sólo quedó salva la Capilla por ser entregada al Arzobispado de Granada. A pesar de todo, podemos afirmar, como veremos después, que ciertos documentos y enseres fueron entregados a la Parroquia. Desde ese momento, el párroco de Huécija se convirtió en el responsable de la Capilla. En virtud de la nueva situación, el párroco don José Carrascosa Ruiz, con el generoso mecenazgo de don José Cortés Salmerón, levantó el actual campanario sobre el torreón conventual en 1881.
Las penalidades que había sufrido el Convento durante el siglo XIX no finalizarían con la llegada del siguiente siglo. Además de continuar el ininterrumpido abandono que siguió a la extinción de la vida religiosa, anticuarios y coleccionistas acecharon para negociar con los restos del maltratado patrimonio. Por fortuna, el 16 de mayo de 1913 fue nombrado párroco de Huécija y encargado de Alicún un sacerdote que, además de su ejemplar desempeño pastoral, manifestó un celo admirable por el Convento: el siervo de Dios don Luis Almécija Lázaro.
Don Luis patrocinó la preservación y conocimiento del patrimonio religioso parroquial y conventual de Huécija, nada despreciable en aquél tiempo. Aunque su caridad para con los necesitados era proverbial, no dudó en rechazar enérgicamente las suculentas ofertas de un anticuario francés que, sólo por dos lienzos, le ofreció unas
Siervo de Dios D. Luis Almécija Lázaro (piar, 1883- Ragol, 1936) Párroco mártir de Huécija y encargado de Alicún. Fotografía: gentileza de las sobrinas del Siervo de Dios.
veinticinco mil pesetas de entonces. Temiendo que algún otro anticuario desvalijara lo poco que quedaba, llevó a su casa la documentación que aún quedaba del Convento, especialmente un libro. Como declaró en el proceso de beatificación un testigo ocular: «amaba mucho la casa del Señor y le dedicaba toda su vida».
Tras veintitrés años de cuidadosa conservación por el párroco Almécija, el fatídico año de 1936 trajo una destrucción solo comparable a la de 1568, con semejantes escenas de odio, fuego y sangre. Como se sabe, las particulares condiciones políticas de nuestra provincia se tradujeron en una cruenta persecución eclesial de proporciones asoladoras. Los Comités Rojos locales, auténticos dueños de la situación, fueron los verdaderos protagonistas de este derramamiento de sangre y destrucción. El de Huécija votó la expulsión de don Luis a primeros de agosto y éste marchó a su illar natal para buscar refugio en casa de su hermana.
Su forzoso exilio no quebró su vinculación con la Capilla del Convento por la que había velado tanto, como manifestó una singular anécdota. A los diez días de su expulsión, lo visitó una pobre viuda huecijera con sus tres hijos. Desde su viudez, que la había dejado totalmente desamparada, don Luis no había cesado un solo día de cuidar de ellos como un padre, entregándoles parte de sus ingresos. Al encontrarse, tras las lágrimas por las circunstancias de la entrevista, la primera pregunta del párroco fue por la suerte de su Convento. La viuda le contesto que, cuando ella abandonó Huécija,