El Eco de Alhama número 29                                                                                                                                                                        Historia

permanecía seguro con las puertas cerradas. Don Luis replicó: «Hay gente dentro pues estoy sintiendo los golpes en mi corazón, están rompiendo el altar mayor». En efecto, aquél mismo día fue destruido con saña lo que no había perecido en el saqueo napoleónico, tampoco corrió mejor suerte la iglesia parroquial. Un día mas tarde, el Comité Rojo de Alhama incendió los restos profanados y saqueó la casa de don Luis, perdiéndose los pocos documentos que se conservaban del Convento, especialmente una bellísima ejecutoria de gran meritó artístico. También ardió el cuadro que representaba a los Mártires de la Alpujarra de la villa, trescientos años después volvían a sufrir el fuego por odio a la fe cristiana. Desde entonces solo las ennegrecidas paredes y los amartillados escudos de piedra son el único testimonio tangible de la otrora fundación de doria Teresa.

Tampoco don Luis pudo salvarse del odio. El 19 de agosto, milicianos terqueños, huecijeros y alhameños lo detuvieron salvajemente y encarcelaron en Alhama. Al día siguiente, su familia y el alcalde de su pueblo natal se personaron en el Comité y se les exigió mil pesetas por su liberación. Tras entregarlas, los milicianos alhameños incumplen su palabra y lo encarcelan en Huecija, para pedir otra vez dinero a sus desesperados familiares. En la madrugada del 24 al 25 de agosto fue sacado de su prisión y conducido hasta el Puente de los Calvos, en el termino municipal de Rágol. Don Luis tomó un crucifijo, le apremiaron a blasfemar y escupirlo. El contesto besándolo sosegadamente y en ese mismo instante lo martirizaron. Tenia 53 años. Su muerte fue celebrada con un gran festín por sus asesinos. Otra vez, la sangre empapaba la historia del Convento.

Boda en la Capilla Conventual en 1982, dos años antes de clausurarse el culto. Fotografía: gentileza de Ana María Tébar Vizcaíno.

Superada la guerra fratricida, la penuria economía permitió un mínimo arreglo de la Capilla conventual y obligó al abandono de la destrozada iglesia parroquial. Durante los próximos años sirvió como templo parroquial, lo que no significó una mejora de la fabrica. En ese tiempo terminaron por perderse las últimas estancias conventuales, al expoliarse las maderas de la techumbre. Por fin, con mucho esfuerzo, logró reabrirse el templo parroquial, aunque muy lejos del esplendor artístico perdido para siempre. Este hecho fue el golpe mortífero para la Capilla conventual, cuyo estado obligó a clausurarla para el público en 1984. Mas de cuatrocientos años de culto, exceptuando las grandes vicisitudes, quedaban interrumpidos en un futuro incierto que, a día de hoy, transcurre por casi treinta anos.

Esperemos que, con el empeño de todos, la presente restauración pueda resarcir el olvido del pasado y proyectar este edificio a nuestro tiempo en fidelidad a la idea fundacional de doria Teresa, en perfecta continuidad con los protagonistas que han configurado la historia vital de una Capilla que va mas allá de sus piedras.

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