allí quedaban a merced de las olas. Eduardo intentó luchar contra el océano y reunirse con Pedro pero de pronto una inmensa ola lo arrolló y perdió el sentido.
Poco a poco Eduardo comenzó a despertar seguro de que abriría los ojos y podría verse rodeado de nubes y de ángeles, pero sin embargo lo que contempló fue a Pedro, sentado de espaldas a él mirando el horizonte.
-¿Ya has despertado? ¿Te encuentras bien? -dijo Pedro.
-¡Sí! Eso creo, pero ¿dónde estamos?
-Es evidente que sobrevivimos a la tormenta, pero ésta nos arrastró hasta este pequeño islote; lo peor de todo es que no hay comida y no he logrado ver ninguna isla cercana. Podríamos intentar pescar en el mar pero después no podríamos volver, las paredes son muy escarpadas y no podríamos regresar al islote, estamos solos no hay nada, sólo mar, por suerte el agua de la lluvia quedó almacenada en pequeños charcos, al menos podremos beber.
-¿Y ahora qué haremos? ¿Cómo vamos a sobrevivir? - preguntó asustado Eduardo.
-Ahora sólo nos cabe esperar, yo me colocaré en este extremo del islote para ver si consigo avistar algún barco que nos rescate, tú vete al otro extremo y haz lo mismo que yo, y si uno de los dos avista un barco, que llame al otro para intentar llamar su atención, hasta entonces no volveremos a hablarnos, hablar malgasta energía, así que buena suerte y buen ojo.
Fue pasando el tiempo y para la desgracia de los dos hombres no paso ningún navío. Finalmente la noche del séptimo día ocurrió algo:
Eduardo se hallaba en los huesos, y para su desgracia, no lograba ver nada, nada más que agua y más agua. Era tanta el hambre que sentía que no paró de pensar para encontrar una solución hasta el punto en el que se percató de que muy cerca de él había un objeto, se fijó mejor y logró ver que se trataba de un cuchillo. Una idea le pasó por la cabeza y viendo que no había otra alternativa se levantó y poco a poco comenzó a andar hacia el otro extremo de la isla: iba a matar a Pedro.
Débilmente se abrió paso por las rocas hasta que se halló ante Pedro, éste seguía quieto mirando al horizonte. Y al percatarse de la presencia de Eduardo dijo:
-¿Qué pasa, Eduardo? ¿Has visto algún barco?
-¡No, no ha pasado ninguno! ¡No hay elección, moriré si no como algo, despídete del mundo eres tú o yo! -dijo mientras se disponía a matarlo.
En ese momento al oír la voz de Eduardo, Pedro se giró y lo miró, pero no vio la escena que esperaba: Eduardo se hallaba ante él con los ojos abiertos como platos, pero había una expresión de miedo en ellos, algo le aterraba, entonces la piedra que llevaba en las manos se le escapó y cayó al suelo. Pedro extrañado por su expresión le pregunto:
-¿Qué sucede? ¿Por qué estás tan asustado?
-Mira.. .mira delante de ti..., ahí está... el...el....el "¡EL LEVIATÁN DEL MAR!"
Pedro se giró y contempló estupefacto lo que ante él se hallaba, efectivamente allí estaba el imponente navío, el mismo que él pensaba que solo era una historia de viejas, el mismo que él consideró que se trataba de una absurda superstición estaba ante ellos.
Un enorme galeón de velas negras y ras-gadas que tenía como mascarón de proa un cráneo de serpiente con unos ojos rojos como la sangre; un imponente navío que con seguridad mediría unos 33 metros.
El galeón era magnífico, un auténtico orgullo para su creador, en verdad parecía un auténtico acorazado de la armada, habría sido un regalo para la vista de haberlo contemplado en todo su apogeo cuando el barco acabara de salir de los astilleros, pues aunque se había visto obligado a navegar por estas aguas, enfrentándose a las tempestades, a los ataques de otros barcos... seguía manteniendo su majestuosidad. Otros barcos en su mismo estado con seguridad habrían sucumbido a la mar y se hallarían en las oscuras profundidades a la espera de que el tiempo y el olvido los cubrieran por completo.