El Eco de Alhama número 28                                                                                                                                                                     Literatura

La nave estaba pasando justamente delante del islote. Era tal el hambre que sentían, que pensaron en intentar subir a él y lanzarse al destino pues si se quedaban en aquellos peñascos morirían sin remisión, pero al acercarse se percataron de que un horrible hedor salía de sus tablones. Vieron entonces que el islote era lo suficientemente alto como para que se pudieran introducir en el barco por las aberturas de los cañones. Sorprendentemente, aunque tenían un pie en la otra vida, las ansias de vivir les dieron fuerza para intentar subir, pero justo cuando se disponían a entrar, vieron lo que había en el interior del barco: sólo marineros muertos, esqueletos -alguno que otro putrefacto- y unas ratas pardas que correteaban por allí. Había un marinero que parecía estar con vida, se hallaba sentado en un rincón, tenía unos moratones negros por toda la piel, pero no parecían de golpes; además no paraba de toser y estornudar. De repente vio a los dos hombres y les dijo:

-¿Queréis entrar? ¡Pues pasad, yo no os lo impediré, pero eso sí, que Dios se apiade de vuestra alma! -dijo mientras se reía.

El miedo que sentían era tal que prefirieron agonizar de hambre antes que entrar en el mismo infierno. Volvieron al islote y contemplaron cómo la embarcación seguía navegado entre la noche con su macabra tripulación. Tanto Pedro como Eduardo, aunque estaban hambrientos, tenían la sensación de haber visto la cara a la muerte, haber bailado con ella y de haberla dejado en el último instante.

Al día siguiente Pedro y Eduardo se hallaban tumbados en el islote. Pedro ya no sentía ni ánimo ni fuerzas para continuar mirando al horizonte. Durante todos estos días un objetivo se había marcado en su mente: encontrar un barco mientras se preguntaba cuántos hombres habrían muerto maldiciendo la inmensidad de la mar, aunque ahora en su cabeza retumbaban las carcajadas de aquel hombre y la imagen del galeón se le aparecía. Entonces perdió la noción del tiempo, las estrellas brillaban en el firmamento y el tiempo pasaba lento, muy lento, cuando de repente vio la campiña verde, se vio a él andando por ella, pasando sus manos entre los verdes pastos, fue entonces cuando vio su Galicia natal, vio su casa y a sus antepasados en ella, todos estaban allí y le animaban a ir con ellos. Pedro no lo dudó y se dirigió a su encuentro. Ya había llegado cuando sintió una gota en su mejilla notando acto seguido un olor inconfundible a pólvora. Lentamente abrió sus ojos y vio a un hombre con uniforme ante él, pero no pudiendo mantener los ojos abiertos los cerró.

Tiempo después Pedro despertó en un hospital. Allí le contaron que un barco de la armada, que se hallaba de patrulla por aquella zona los encontró a los dos agonizantes. Finalmente el destino una vez más jugó sus cartas y ambos hombres lograron engañar a la muerte un día más, su hora no había llegado aún. Días más tarde cuando se hallaron recuperados cada uno tomó un camino. Pedro regresó al hogar para continuar con sus negocios.

Meses más tarde llegó una carta a su casa. En ella le mandaban 3.500 doblones y le contaban que los problemas habían desaparecido, la armada había dado fin a ellos, aunque él también había dejado su mala vida. Eduardo le agradecía encarecidamente todo lo que había hecho por él y le decía que hasta el día en que la dama negra le llamara, siempre tendría un amigo con el que contar. En su carta también mencionaba que los moratones que vieron en la piel de aquel marinero los había visto también en Groninga, cosa que era preocupante.

Desde aquel día Pedro da gracias por haber sobrevivido aquellos días en el océano. Ante todo aprendió que el mar es fuente de vida pero para algunos puede ser su tumba.

fin

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