...no había ningún ser humano que no tuviera miedo a navegar por allí, ningún barco se atrevía a pasar por aquel lugar por miedo a desaparecer en sus aguas oscuras y tenebrosas, era una zona desconocida por todos y muy temida, nadie se acercaba bajo ningún concepto a menos que deseara suicidarse.
Pedro no tenía miedo a aquel lugar pero sabía que su supersticiosa tripulación no navegaría por allí. Por eso en vista de los acontecimientos dudaba qué decir, pero de repente Eduardo gritó:
-¡Tenéis que llevarme, tenemos un trato, ya sé que no era el rumbo, pero os pagaré el doble, o el triple si hace falta, a todos vosotros!
-¿Acaso tu dinero podrá salvarte cuando te veas a merced del canto de las sirenas o podrá impedir que el Leviatán del mar acabe contigo? -dijo el marinero mientras lo lanzaba contra la cubierta.
-¡Y usted, qué dice capitán! ¿No estará pensando que debamos ir, verdad? -dijo el resto de la tripulación.
La tensión aumentaba y para colmo Pedro no sabía qué contestar cuando de repente todos los marineros comenzaron a colocarse en torno a él, entonces en vista del silencio sepulcral y temerosos de que el capitán pudiera aceptar la nueva situación, uno de los marineros decidió acercarse y le golpeo fuertemente en la cabeza.
Al cabo de un tiempo Pedro despertó pero al abrir los ojos no contempló su navío sino el extenso mar. él y Eduardo estaban en un balandro en mitad del océano. Los habían abandonado. En vista de los acontecimientos, Pedro dijo:
-¡Mira donde nos has metido maldito! ¿Por qué me mentiste? ¿Por qué tienes tanto empeño en ir hacia Dieppe?
-Está bien, te lo diré, todo lo que te conté anteriormente era mentira, no soy ni comerciante ni tengo esos problemas en Dublín, yo soy un contrabandista de armas y ron, al principio
me gustaba esa vida, se ganaba dinero y eso, pero más tarde tuve unos problemas con otros contrabandistas y me amenazaron con hacer daño a mi familia si no deponía mi negocio y les entregaba todas mis mercancías, por eso debía reunirme con ellos el 15 de diciembre, para llevar a cabo el proceso, pero sabía que si te decía que quería ir a Dieppe, no querrías pasar por esa zona de supersticiones y por eso me inventé aquello.
-Buff, es increíble las vueltas que da la vida, bueno ya no puedo hacer nada, me hallo con usted en esta barcaza en medio del océano, así que le ayudaré a llegar a Dieppe, pero me tendrá que dar 2.500 doblones más -dijo Pedro sonriéndole para intentar animarlo.
-Está bien, no puedo decir que no.
Y allí se quedaron en mitad del océano. Pasó la mañana, pasó la tarde, pasó la noche y finalmente
llegó un nuevo día, pero aunque éste se presentó con una hermosa mañana, conforme iba pasando el tiempo la situación de la mar cambiaba, hasta desatarse por la tarde una tormenta. Las bravas olas balanceaban el balandro una y otra vez. Pedro y Eduardo no podían hacer nada, sólo era cuestión de tiempo que la barca se fuera a pique, pero aun así estos mantenían la esperanza de que un milagro les salvara, sin embargo ésta se desvaneció cuando descubrieron que, en una parte cercana a ellos las grandes olas se convertían en blanca espuma, un escollo.
Viendo inevitable el hundimiento de la nave sólo les quedó una alternativa: rezar. Por desgracia esto no parecía bastar pues la pequeña embarcación se iba acercando cada vez más a su fatal destino. Hasta que de pronto, un golpe tremendo arremetió contra el navío lanzándolos por los aires, cayendo ambos hombres en el vasto mar. Una vez...