Pedro se hallaba en su oficina revisando antiguos asuntos de su padre y preparando el encargo de un burgués, cuando de pronto sonó la puerta:
-¡Pasa, Ezequiel! -dijo sin despegar los ojos de lo que estaba haciendo.
-Buenas tardes, señor. Sólo quería hacerle entrega de este sobre que acaba de llegar, tenga- dijo mientras estiraba el brazo para que Pedro cogiera el sobre. Tras esto se retiró.
Pedro lo cogió y al ver el sello dijo:
-Otra vez mi padre. Es raro que me escriba tanto últimamente, sólo espero que no sea nada malo!
Abrió el sobre y comenzó a leer:
12 de Octubre de 1542
Espero que todo vaya perfectamente, hijo. Sin duda has recibido una magnífica educación al haber tenido la fortuna de aprender de las mentes más brillantes de Europa. Pero hasta la fecha no has abandonado tierra firme. Así que permíteme darte un buen consejo para cuando te hagas a la mar próximamente. Mantente siempre alerta ante los peligros del océano, pero ante todo procura no cruzarte nunca con "El Leviatán del mar", un barco de velas oscuras cuyo mascarón de proa es un imponente cráneo de ojos rojos, que vaga por los océanos, las propias maderas con las que fue construido emanan un olor de ultratumba y además hay muchos marineros que afirman que una tripulación macabra lo gobierna. Este barco es el engendro del demonio.
Ruego a Dios que te proteja en todo momento.
Tu madre está muy preocupada por ti, así que por favor no seas imprudente.
Benito Recio
Pedro dejó la carta en la mesa con una tremenda seriedad; sabía que su madre había sido desde siempre muy supersticiosa y era consciente de que las supersticiones y los cuentos marineros asustaban hasta los hombres más aguerridos. Aun así Pedro jamás había creído en esas historias, así que se limitó a pensar que a la mañana siguiente tenía una cita de la que a lo mejor podía sacar un provecho inesperado.
Al día siguiente se levantó temprano y se dirigió, tal y como decía en la carta, a la posada "El Dragón Verde" para reunirse con la persona que tan desesperadamente requería su ayuda.
Entró en la taberna y nada más abrir la puerta le invadió un olor a humedad y cerveza, el ambiente estaba un tanto cargado. En principio no le pareció que la persona a la que él esperaba estuviera todavía allí.
Sólo había marineros que esperaban trabajo, traficantes de armas e innumerables borrachos que matarían a su propia madre por una copa.
En ese instante un extraño hombre, desde un rincón apartado del local, le hizo una seña para que se acercara, Pedro dudaba de que fuera la persona a la que buscaba pero aun así decidió acudir. Una vez estuvo ante él, el extraño personaje sacó de un curioso zurrón un extraño fruto de color verdoso y de tamaño parecido a una naranja, a la vez que decía:
-¡Mira esto, joven, nunca se lo he contado a nadie pero a ti te lo diré, esta fruta es una guayaba, es muy valiosa, proviene de tierras mas allá del océano, es milagrosa, sólo con darle un bocado podrás vivir más de cien años!
-Gracias, viejo, pero a mí no me interesa vivir más de cien años, me basta con el día de hoy. Y tras decir esto, Pedro se alejó dejando solo al hombre con su preciada mercancía.