pero yo recuerdo mejor que ninguna otra su imagen... Era la cámara última, y allí no llegaba nadie.
Juan Ramón se siente en ese momento dentro de la cámara y recuerda:
Yo iba corriendo, palpitante, todas las noches, y me quedaba absorto ante él, sólo con él, ¿con ellos?, en su aparte amarillento, alumbrado con varia, intermitente intensidad verdevioleta por el acetileno. Los otros niños, Perico García Morales, uno, se habían ido desinteresados o medrosos. Y yo me entraba y me salía ¿para qué? entre las figuras de cera y sus sombras elásticas, oleantes, dinámicas.
Un aspecto que conviene resaltar es que el retrato se redacta siguiendo un estilo barroco, donde se acumulan las adjetivaciones, se componen palabras nuevas (neologismos, también sustantivos: maderapiedra), se usan los signos ortográficos con clara intención eufónica al servicio del ritmo y del pensamiento; por un lado, agilizan la lectura mediante la composición asindética y, por otro, destacan unidades más breves, de otras más complejas, dirigiendo nuestro ritmo de lectura en cada periodo. Al final resulta una caricatura lírica, es decir, un retrato en prosa ritmada, cantada, musicada. Para ello se necesita un estribillo, unos «versos» (en este caso, unos periodos rítmicos que se repitan en determinados momentos). Juan Ramón elige los ojos de Salmerón y todas las posibles evocaciones o ensoñaciones que su sensibilidad y maestría de poeta descubre, intuye, imagina y recrea.
Así comienza la caricatura:
El retratado, Nicolás Salmerón, no deja de mirarle en ningún momento, siendo los ojos el hilo conductor que hilvana el aparente caos de varios retratos en uno.
Unos ojos dilatados (neto contraste, recorte de esclerótica y pupila), saltantes, fijos; convexos proyectores azabache de radiación estrahumana. Ojos un poco de otra raza, mejor espacio, acaso indos; de los primeros ojos preocupados, concienzudos, "modernos", que nos da la fotografía pública de España.
Retrato de Nicolás Salmerón realizado en Barcelona en el año 1903.