El Eco de Alhama número 28                                                                                                                                                                         Ensayo

De Nicolás Salmerón recuerda diversas instantáneas situadas en su ambiente. El retrato lo realiza hacia atrás en el tiempo y sigue una técnica fotográfica aprendida en el cine. En primer lugar el sello verde de correos con el rostro de Salmerón emitido en 1932 que desencadena y estimula «una plaza de imaginación, un salón de mi recuerdo», centrado en primer plano en los ojos. A continuación el segundo cuadro, formado por la opinión que le merecía al doctor Luis Simarro la figura del antiguo y heroico candidato republicano durante la campaña de 1903. Ya tenemos a don Nicolás de medio cuerpo. Después acude a la imagen retenida de sus recuerdos de niño (hacia 1895), cuando asistió a una exposición de retratos y figuras de cera, titulada «Galería de la Primera República Española», que se exhibió en Huelva, durante las fiestas de la Virgen de la Cinta, patrona de la capital, en los primeros días de septiembre. Y, finalmente, vuelve al presente, al momento de escritura, al primer plano, para ofrecernos su última estampa, su herencia, la última lección, la evocación subjetiva que le inspiran nuevamente esos ojos, su mirada, ahora proyectada sobre el presente de los años treinta.

La yuxtaposición corresponde a una intención cinematográfica, caleidoscópica e impresionista, pero al mismo tiempo apunta al cubismo, a las dotes pictóricas basadas en el contraste, en este caso la clara confrontación entre la perspectiva del que mira, es decir, Juan Ramón y, no sólo los lectores actuales, sino también el propio modelo. Porque el retratado, Nicolás Salmerón, no deja de mirarle en ningún momento, siendo los ojos el hilo conductor que hilvana el aparente caos de varios retratos en uno. Es fácil constatar que la caricatura lírica gira en torno a tres palabras mágicas, a modo de estribillo, que resonaron cuando niño, se confirmaron en su juventud y ahora yacen para la posteridad en un sello de correo de 15 céntimos: «Presidente, Filósofo y Orador».

En cada una de las cuatro instantáneas describe el ambiente que rodea su encuentro con la figura retratada. En el momento presente, a través de esa mirada seria y fría que emana del sello, le trae el recuerdo de una efigie, una «estatua policromada» que provendría de su habilidad oratoria: «Nicolás Salmerón tallaba, esculpía, al hablar, su pensamiento». Pero se refuerza con la siguiente instantánea, ya evidente, de la figura de cera con las galas de Presidente de la República: «Pálida, ebúrnea la carne de cara y manos; la levita negrísima, con la banda tricolor terciada encima y un lazo a la cadera izquierda». Y la descripción de los detalles ambientales: «En la entrada de la cámara, un letrero azul, luz triste: "Galería de la Primera República Española"»; en el pedestal figuraba la leyenda: «Presidente, Filósofo, Orador», insiste Juan Ramón:

De Nicolás Salmerón recuerda diversas instantáneas situadas en su ambiente. El retrato lo realiza hacia atrás en el tiempo y sigue una técnica fotográfica aprendida en el cine.

Portada del libro de Juan Ramón Jiménez que recoge la caricatura lírica de don Nicolás Salmerón.

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