Imagen de Juan Ramón Jiménez en 1930.
Barraca de feria popular, campamento museo nacional portátil, cementerio traqueteado de caballeros ilustres. En estas barracas de feria aparece un pedestal al que no llegaba nadie y que rezaba: «Presidente, Filísofo, Orador», allí acudía una y otra vez, así leía «Orador, Presidente, Filósofo», con banda bandera roja, amarilla, morada, al pecho, que se mostraba al pueblo desde el fondo de las desiertas tiendas cúbicas de lona»
Esta última es la imagen que mejor recuerda:
Nicolás Salmerón fue para mí, desde aquel confuso entonces, el apóstol incomprendido del final sin nadie de las galerías de muertos, ¿de vivos?.
El signo de interrogación marca la frontera entre el objetivismo y el subjetivismo del recuerdo, la doble lectura que venimos proponiendo ejercitar para entender bien al poeta.
Nos interesa la caricatura escrita por JRJ por obvios motivos que vinculan a nuestro andaluz universal con nuestro paisano (el único presidente y filósofo en la historia de España), pero además por representar una clara muestra del «retrato serio», compuesto por aquellas figuras más formales (científicos, educadores, políticos, artistas pintores, poetas, músicos), ya fallecidos, pero también vivos. A estos últimos les correspondían «caricaturas», en algunos casos, de entes más pintorescos. Finalmente consideró que todos tenían algo de «caricaturas líricas» y así las definió su autor. Ahora bien, distingue claramente el tono de unas y otras. Sobre las estampas escritas de los fallecidos dice: «de los muertos, los que creo que conozco de vista o trato, en el pensamiento o en el sueño, como vivos». Por ello da nueva vida al poeta Bécquer, al pintor Eduardo Rosales, al héroe de la independencia cubana José Martí o al científico e inventor del submarino Isaac Peral.