Para abordar su lectura conviene tener en cuenta algunas apreciaciones. En primer lugar el doble sentido complementario que proyecta el autor: uno plástico, pictórico, de orden exterior, objetivo, retrato o caricatura, y otro íntimo, de orden interior, subjetivo, evocado en su memoria. Si la primera efigie en la que se detiene corresponde a la que representa al presidente de la I República y la segunda representa al político de la campaña de 1903 con el partido Acción Republicana, concretamente a la foto publicada en Alma Española, no obstante Juan Ramón nos da la pista certera para saber de cuál efigie se trataba. Aquella que figuraba en color verde gris, estampada en los sellos de correo que valía 15 céntimos y se puso en circulación en julio de 19321. Debió de impactarle la imagen del filósofo impresa en ellos, aquel rostro familiar del desaparecido político entusiasta cuando sus años de formación, le removería los recuerdos de esos dorados años de principios de siglo, acompañado por los doctores krausistas Simarro y Achúcarro, y su devoción hacia Giner de los Ríos. Así que se puso pronto a la redacción del retrato, caricatura lírica, que enviaría al diario El Sol. Formaban parte de una sección titulada «Héroes españoles variados», que Juan Ramón mantenía en ese diario desde 1930 (se agrupaban Solana, Fernando de los Ríos, Giménez Caballero, Jarnés y Salmerón). Es clara la admiración intelectual que siente hacia el catedrático de metafísica Nicolás Salmerón, siendo estos los rasgos predominantes destacados, como se observa en las expresiones relacionadas con su labor de filósofo: «español más absorto en el positivismo poético de su tiempo; introductor de filosofía alemana y francesa, internador de libros superiores, acopiador en su palabra hablada y escrita, difícil empresa, de la palabra filosófica última de otros dos idiomas, tan diferentes las tres en tamaño y sonido internos y estemos: krausista, comtiano, "monista"; en fin, cuenta propia». Sin duda esta independencia de espíritu, este saber filosófico del momento y ese armonismo krausista atraían a todos los jóvenes y es lo que más llamó la atención del joven Juan Ramón de principios de siglo.
Juan Ramón en apenas tres páginas proyecta caleidoscópicamente los distintos recuerdos que le evocan el sello verde de correo con la estampa del rostro de don Nicolás. Siguiendo un orden cronológico, indaga en sus recuerdos de niño cuando visitó una barraca de feria en Huelva: «tal vez me parezca más así porque yo niño lo vi casi vivo o sobrevivo, figura terrible de cera de aquella larga barraca, tren anclado de lona en la Cinta de Huelva». La imagen que recuerda responde al rostro que figura en la estampa del sello, pero ahora de medio cuerpo y con el atuendo de Presidente de la la Republica: «Pálida, ebúrnea la carne de cara y manos; la levita negrísima, con la banda tricolor terciada encima y un lazo a la cadera izquierda; los ojos imponentes de quietos, como indefectibles, animados aparatos ópticos». Es el famoso retrato que figuraba en la «Galería de la Primera República Española», como describe Juan Ramón: « En la entrada de la cámara, un letrero azul, luz triste». Sin embargo él prefiere otra estampa de Salmerón, aquella a la que acudía él solo, también presente en aquella exposición:
¿Dónde encontrar hoy los trozos esparcidos de aquel monismo racional positivista que estudiábamos con tal ahínco en la universidad de Sevilla?