A partir de este momento tres personas van a jugar un papel importante en la vida artí’stica de Federico Castelló—n: Josefa Martí’nez, su madre; Diego Rivera y Carl Zigrosser. La se–ñora Castell—ón, al ver los elogios que se decí’an de la obra de su hijo, le anima para que siga adelante en el mundo del arte, pues sus hermanos mayores y el padre no est‡án de acuerdo; la familia pensaba en un trabajo m‡ás estable para tener seguro su sustento.

Un amigo le habl—ó de Federico a Diego Rivera que en aquella Žépoca estaba en plenitud de fama y prestigio como pintor y muralista. Se entusiasmó— con la obra del joven artista, manifestando las condiciones excepcionales con las que estaba dotado para el arte. A su vez, Rivera enseño–— la obra a Carl Zigrosser -cr’ítico de arte y director del Museo de Grabados y Dibujos de Filadelfia- desde entonces, Zigrosser se convierte en el amigo má‡s í’ntimo y leal de Federico.

El pintor mejicano pone en conocimiento del Gobierno españ–ol en una carta dirigida al C—ónsul General de Nueva York y al Ministro españ–ol D. Fernando de Los R’íos. Tras el informe favorable de la Junta de Relaciones Culturales del Ministerio del Estado, el Gobierno Españ–ol concede a Federico Castelló—n una beca de 4.000 pesetas anuales más otras 2.000 pesetas para gastos de viaje. Ƀsta no serí’a la única ayuda concedida al artista, pero si la primera de una larga lista que se ampliar’a en Estados Unidos para la formació—n de Federico.

En Junio de 1934 emprende viaje a Españ–a. En Almer’ía, su tierra natal pasa varios dí’as y enseguida parti—ó hacia Madrid con gran entusiasmo para ampliar conocimientos. Por mediaci—ón del vizconde de Mamblas, obtuvo dormitorio y estudio en la casa de Velá‡zquez, residencia en aquella éŽpoca para los becarios.