El Eco de Alhama número 28                                                                                                                                            Alhameños Entrañables

La desastrosa situación socioeconómica en la que Alhama se vio sumida al terminar la Guerra civil lo llevó, junto a algunos familiares, a emigrar a Barcelona buscando un mejor futuro para sus años de adolescente.

Pollito toreando un novillo en el cortijo de Careaga. Col. particular José Martínez Rodríguez.

José Martínez Rodríguez nace en Alhama de Almería, el día 12 de septiembre de 1928, del matrimonio formado por Tomás Martínez López y Bárbara Rodríguez Picón, propietarios del bar restaurante "Tomasico" situado en la calle de los Médicos, justo en la esquina que durante tantos años se conoció por ese mismo nombre.

La desastrosa situación socioeconómica en la que Alhama se vio sumida al terminar la Guerra civil lo llevó, junto a algunos familiares, a emigrar a Barcelona buscando un mejor futuro para sus años de adolescente. En 1943, en el barco "María Ramos" que salía desde el puerto de Almería, pusieron rumbo hacia una nueva vida. Allí vivió durante seis años y fue en este periodo de tiempo cuando nace en él esa afición a los toros que le acompañará durante toda su vida. En estos años de la posguerra la ciudad de Barcelona disfrutaba de una importante afición taurina.

Ya en la ciudad condal, José Martínez comienza a trabajar como recadero en la farmacia del licenciado D. Antonio Chirinach, que tenía de mancebo a don Luis Villalobos, sevillano gran aficionado a los toros, que desde los primeros días acogió con gran afecto al niño recién llegado de la provincia de Almería impulsando aquella incipiente afición. Primero alentándolo a integrarse en la peña taurina de Carlos Arruza, llegué a estrechar la mano de Arruza y de Manolete -comenta todavía ilusionado José Martínez-. También invitándolo, como si de un hijo se tratara, a disfrutar de algunas de las corridas que las grandes figuras de la época torearon en Barcelona. Cuando se anunciaba la llegada de algún torero de renombre, don Luis, con mucho sigilo, ponía las dos pesetas que costaba la entrada

en el bolsillo de la chaqueta del joven recadero colgada en la percha. No tengo hijos -decía cuando José rehusaba con pudor el ofrecimiento- y tu darías algo por ver torear a esas figuras.

En Barcelona, en los años cuarenta, era frecuente en los días festivos la celebración de espectáculos cómico-taurinos acompañados por bandas taurinas como El Embrujo musical, El Empastre y algunas otras, a los que acudían los aficionados con la intención de dar algún capotazo.

Además de a estos espectáculos, José acudía cada domingo al Parque de Montjuic, junto a otros jóvenes amantes del toreo, provisto de sus útiles taurinos: un carrillo, el capote y la muleta. ¡No me gustaba practicar con unos pitones de los que no supiera su procedencia¡ -recuerda José Martínez-, así que coincidiendo con una de las veces que fue Manuel

Volver Atrás Siguiente