En las relaciones de los seres humanos con la Naturaleza en general, y desde el punto de vista de la agricultura en particular, han existido y existen dos posturas claramente antagónicas. Una de ellas, considera que la Naturaleza está, en su conjunto, a la entera disposición del ser humano, para su total uso y disfrute, ignorando la existencia de límites y sin considerar que el suelo fértil, el agua y otros recursos tienen un carácter finito.
La otra postura considera que es preciso incluir las necesidades de los seres humanos en la propia Naturaleza. Se reconoce que esto supone una alteración de los ecosistemas, pero se procura que dicha alteración sea mínima, con objeto de poder conservar la máxima cantidad de recursos de calidad, para las generaciones que nos sucedan.
Al amparo de esta segunda visión, podemos reflexionar respecto a la práctica de un cultivo milenario como es el del olivo, del que se tienen evidencias en Oriente Medio desde hace más de 5.000 años, que se extendió por la cuenca mediterránea debido a la expansión romana, en principio, y posteriormente a la influencia árabe.
En los últimos años se han realizado nuevas plantaciones, en ocasiones sustituyendo a otros cultivos, como ha pasado en nuestra comarca. Quizás sea el momento de plantearse cultivar estas nuevas plantaciones bajo una óptica más sostenible, como ya se hace en las más de 42.000 Ha de olivar ecológico que actualmente se cultivan en Andalucía.