El tiempo ha pasado, ahora mientras aguarda el almuerzo, en su casa de Madrid, en 1932, Juan Ramón se inspira en la efigie que figura en el sello de correos y termina expresando su íntima admiración al final de su retrato, dice así:
En este caso queda, sobre la ola fría del naufragio, una cabeza bella, heroica, granada, sin duda, de ideas nobles...., para los sellos de correo. Escultor de la palabra, silenciosos ya sus metales entre piedras del cuerpo y el alma. ¡Filosofía, España, metafísica! ¿Quién acopla estos bloques, estos tacos? ¿Quién combina hasta el orden el laberinto abierto del prodigioso mosaico?
Pero vuelve a la inspiración primera, sus ojos,
Los libros se han hecho también maderapiedra. Y los proyectores ojos del filósofo, brillantes por lo definitivo, me miran y miran a todas partes (prisa del que se tiene que ir a un estar sin réplica), imbuyendo pensamiento, amor, esfuerzo atesorados por la muerte, en el mármol, el ébano, el roble, el granito. Ojos azabache, con la ventana pequeñita de sol español de la tarde, sobre su limpia convexidad; sobrenegros, más plásticos que visibles, con íntimas fosforescencias rojas. Con lunitas españolas de la tarde del Retiro, en la despedida corta, ya al primer crepúsculo.
Hemos recorrido tres estampas distintas del personaje, tomando como hilo conductor los ojos del hombre, su profunda mirada de pensador, de buceador de la verdad, la justicia, la conciencia, en sus correspondientes tiempos históricos (1895, 1903, 1932). Primero, mediante la evocación en los años de niño y ya Salmerón «redivivo», en la «Galería de Personajes Ilustres de la I República», durante la época de estudiante del niño Juan Ramón; después su prestigio de orador y, finalmente, el conjunto «Orador, Presidente, Filósofo», a través de la evocación que el sello verdinegro de correos le suscita en 1932.
En esta semblanza lírica Juan Ramón deja la caricatura para el ambiente, mientras expresa reiteradamente su admiración hacia el personaje. Tal es así que finaliza su recuerdo con la figura intimista del orfebre, del filósofo, del pensador: «Trae la blusa de escultor sobre la levita de orador», simboliza al filósofo que dará vida al político, quien a fin de cuentas se convertirá en una figura de cera para ser exhibida en un barracón de feria: «campamento museo nacional portátil, cementerio traqueteado de caballeros ilustres... Allí al lado estaban las tumbas vacías, arcones de madera y pellejo o lata, como las de las fieras, las serpientes.» Este hecho le reveló que: «Y Nicolás Salmerón fue ya para mí, desde aquel confuso entonces, el apóstol incomprendido del final sin nadie de las galerías de muertos, ¿de vivos?». Quizás, como apunta Juan Ramón Jiménez, de «muertos redivivos», es decir, transparentes, o sea eternos.
En esta semblanza lírica Juan Ramón deja la caricatura para el ambiente, mientras expresa reiteradamente su admiración hacia el personaje.