El sueño de descansar en la tierra que te vio nacer
Francisco Martínez García, Estudiante
Esta historia está dedicada a
todos esos alhameños/as que
tuvieron que abandonar su tierra,
su patria y a sus seres queridos
por las horribles consecuencias
de la guerra civil española.
Aunque todas las guerras son
horribles, yo creo, que de todas,
las civiles son las peores, porque
puedes encontrarte en el campo de batalla con tu
propio hermano, tu primo o algún familiar y él va
contra tí.
Para evitar todo esto. Para conseguir trabajo y vivir a gusto, emigraron muchos. Algunos fueron a Francia, otros a Alemania, otros...
Pero esta es la historia de Fernando López, un alhameño de 30 años, que emigró a América en el año 1937 con su único hijo, Federico López Livalverde, de 4 años.
Para Federico su infancia fue muy dura. Su madre murió al nacer él.
La vida que tuvieron Federico y su padre en su nuevo país no fue de color de rosa, pues aunque se emigra para buscar una vida mejor, en ningún sitio atan los perros con longaniza.
Alquilaron un piso en Nueva York. Su padre obtuvo trabajo en una construcción.
Fernando dejó el cargo de su hijo a su hermana Lola, que se había ido un año antes que él a Nueva York.
Federico creció en casa de su tía, donde aprendió a hablar el inglés pero no olvidó su querido español.
Cumplió los 16 años y ya no dependía tanto de su tía, sino que de vez en cuando se quedaba en el piso de su padre para limpiarlo mientras que él iba a trabajar.
Pero de pronto, su padre cayó enfermo de una gripe de las peores que se había visto, que le mantuvo en cama durante ocho días. El noveno día Federico y su tía, ya muy preocupados, llamaron al doctor, el cual fue a visitarlos.
Después de observar al enfermo dijo:
- ¡Cuiden y atiendan a la salud del alma pues por la del cuerpo ya no se puede hacer nada!
- ¿No hay nada que podamos hacer?
- ¡Uhm, denle esta medicina a ver si mejora!
Por desgracia no mejoró. Una noche Fernando dijo a su hijo, el cual estaba siempre en duermevela velando por la salud de su padre:
- ¡Hijo! ¿Te acuerdas de Alhama?
- ¡Un poco!
- ¡Yo ahora la recuerdo con mucha claridad! ¡Me hubiera gustado volver y ver por última vez sus lugares, tocar su tierra, respirar su aire puro, ver a sus gentes, ver sus parrales, beber agua del Moralillo...!
¡Yo te ruego que cuando muera, me incineres, me lleves a Alhama y lances mis cenizas a un fuerte viento de levante desde lo más alto del cerro de la cruz! ¡Noto como la vida se me escapa cada vez que hablo, así que prométeme que al menos tú si cumplirás mi sueño!
En un último esfuerzo, cogió las manos de Federico y con los ojos llenos de lágrimas le miraba fijamente. Federico contestó:
- ¡Te lo prometo padre, que cumpliré tu sueño, si
no pierdo la vida antes!
- ¡No esperaba menos de ti, hijo!
Fernando murió a los pocos días.
Federico decidió trabajar y ahorrar dinero suficiente como para comprarse un billete de barco.
Un día un amigo se enteró que buscaba trabajo y le dio una dirección donde encontraría algún empleo.
Fue a un gran edificio doode la secretaria del director de la empresa le dijo que esperase.
Federico esperó hasta que pudo ser recibido por el director. Al entrar al despacho dijo:
- ¡Buenos días, me llamo Federico López Livalverde
y me interesaría trabajar en su empresa!
- ¡ Mira chico, te lo diré clarito, estos son hornos de fundición y yo quiero máximo rendimiento, no me importan ni edades ni nada, a mi me interesa el trabajo así que tendrás que trabajar duro! ¡El horario es de ocho de la mañana hasta las ocho de la noche! ¡Como eres principiante te daré la mitad de dinero que les doy a los demás! ¡Si lo quieres empiezas mañana!
- ¡Me quedo con el empleo! Dijo Federico
Al día siguiente Federico marchó hacia los hornos donde vivió la dureza y la dificultad de aquel trabajo.
Conoció a un hombre llamado Antonio que era también un inmigrante español que le aleccionó sobre los peligros de los altos hornos y de la fundición.
Pasaron cinco meses. Un día tuvieron un problema con uno de los hornos, estaba a punto de estallar.
Federico era inexperto y siguió trabajando sin percatarse de que se iba producir una explosión.
Por suerte para él, Antonio fue a buscarle.
- ¡Vamonos de aquí! ¡Uno de los hornos está a
punto de explotar!
Echaron a correr pero el horno explotó. Federico sintió un fuerte zumbido en sus oídos y cayó al suelo perdiendo el conocimiento.
Despertó en un hospital donde a su lado estaba su tía Lola, que le dijo.
- ¿Cómo estás? ¡Tienes la pierna rota pero se te curará!
- ¿Con que me golpeé?
- ¡Con unos hierros!
- ¡Creo que será mejor que dejes ese trabajo, podrías haber muerto y eres demasiado joven!
- ¡Pero tengo que obtener el dinero suficiente para
ir a Alhama!
- ¡No te preocupes, yo te daré lo que te falte!
Después de pasar dos meses en el hospital, Federico logró volver a andar como antes, curándose por completo y decidió que ya era el momento de cumplir la promesa que le hizo a su padre.
Marchó al puerto de Nueva York, con el dinero que había ahorrado tan duramente, compró un billete y embarcó rumbo a Almería.
La travesía duró un mes y fue muy favorable. No hubo ningún problema.
Cuando llegó a Almería, vio como al puerto llegaban muchos carros cargados con barriles de uva.
Al ver aquello, preguntó a un hombre de los que traían barriles de donde venían y éste le contesto:
- ¡Venimos de Alhama!
Dando gracias al cielo por la suerte tan favorable que se le estaba mostrando, le dijo:
- ¡Yo soy de Alhama! ¡Me llamo Federico López
Livalverde!
¿Eres el hijo de Fernando López? -¡Si!
¿Puedo ir con ustedes?
- ¡Claro que te llevaré, yo era gran amigo de tu
padre!
Durante el camino Federico contó al hombre el motivo de su regreso.
Al llegar a Alhama era de noche, Nada más bajar del carro se arrodilló y mientras lloraba por regresar a su hogar besó el suelo.
Se extrañó por la poca luz que había en las calles, éstas eran estrechas y de tierra...
El hombre le llevó a la casa de unos primos suyos, los cuales estuvieron dispuestos a hospedarle durante todo el tiempo que pasara allí.
A la mañana siguiente, fue a lavarse y su primo le ofreció agua de un cántaro y un barreño. No había agua corriente en las casas.
Tras esto Federico le dijo a su primo que antes de cumplir el deseo de su padre le gustaría ir a ver el Moralillo, del que tanto le hablaba su padre, además él no lo recordaba. Su primo le dijo:
- ¡Pues si vas llévate a la burra y tráete unos cántaros
de agua!
Cuando regresó fue a ver su casa donde ellos habían vivido, y cuando llegó le entristeció ver que estaba toda en ruinas. Sólo se podían ver unas cuantas paredes que parecía que se iban a derrumbar en cualquier momento. No tenía techo, porque recordó que su padre le contaba que para poder comprar el billete de barco tuvo que destechar la casa y vender las maderas.
Entró dentro y entre los escombros encontró una foto cuyo cristal estaba desquebrajado, en la foto estaban ellos tres.
Finalmente ascendió hasta la cima y desde lo más alto del cerro, cuando el viento de levante resoplaba con más fuerza, cogió la vasija en la que estaban las cenizas de su padre y las lanzó fuertemente.
Éstas se esparcieron por los cuatro vientos de Alhama tal y como su padre quiso.