EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 24 | LITERATURA |
Próxima parada: SOLIDARIDAD Ana Gómez, Estudiante
Cuánto cuesta mirar hacia el pasado cuando uno está acomodado en el presente. Esta práctica se complica todavía más cuando tratamos de dejar de mirar hacia atrás por encima del hombro y hacia delante más allá de nuestro propio ombligo. Toda esta gimnasia corporal requiere de horas y horas (algunos tardan años) de arduo entrenamiento para enseñarle a nuestro cuerpo que el presente no existía sin un pasado y que más allá de nuestro presente hay millones de presentes individualizados que abren sus propias líneas de batalla. Una batalla como la de Wambu, mi compañero de la semana pasada en mi habitual viaje en metro hacia la capital del Turia. Joven, trabajador, hijo de familia humilde de Kenia y padre de tres hijos, lo abandonó todo por buscar un futuro mejor para él y para los suyos. Pero no adelantemos acontecimientos. Como cada lunes por la mañana, me dirigí a la parada del metro más próxima a mi casa. Hacía frío en el andén. Al subir al metro, una ola de calor recorrió todo mi cuerpo, pero enseguida me recompuse y dejé lugar al frío, un frío que envolvía a una parte del abarrotado vagón. En una esquina, solo, sin nadie a su alrededor, viajaba Wambu. Ante la perspectiva de pasar media hora de pie, decidí sentarme al lado de este viajero. Otros, sin embargo, preferían quedarse de pie. El metro es un mundo, ya saben, cada uno con su conversación, incluso cuando desconocen a su compañero de travesía. Decidí, por tanto, armarme de valor e iniciar una conversación con mi vecino, aunque nunca imaginé que mi visión del “mundo de los viajes” pudiera cambiar tanto: - Ya hace frío, eh? Mientras procesaba la información y ubicaba este exótico lugar, me quedé unos minutos en silencio, pensando muchas preguntas que venían rápidamente hacia mi mente: ¿Tendría familia?, ¿Qué haría aquí?, ¿Quién es capaz de dejar a su familia y venir de viaje a España?, ¿Sería un hombre de negocios?... Por su atuendo deduje que no. Sentí curiosidad y me dispuse a preguntarle: ¡Buf! Lo primero que pensé fue “tiene ganas de hablar el hombre...” y lo segundo: “¡caray!, ¡qué historia! Y yo que me he sentado a su lado por no estar de pie. ¡Qué prejuicios tenemos! Yo pensando que había abandonado a su familia por un viaje y en realidad se juega la vida por salvarla”. Resulta sorprendente cómo cambia la vida a un lado y al otro del estrecho. Allí hay pobreza, enfermedades, miseria, hambre. Cuando huyen de eso, esperan hacer realidad sus sueños, pero se encuentran con la cruda realidad: discriminación, violencia, soledad, tristeza, añoranza. ¿Cuándo vamos ha dejar de ver su color de piel antes que su humanidad?, ¿Cuándo vamos a aceptarlos como iguales?, ¿Cuándo vamos a cambiar? Llegó mi parada. Cuando me despedí, vi en sus ojos el mismo dolor y tristeza que vi en los ojos de mi padre cuando me contó cómo tuvo que despedirse de sus tíos, que iban a Francia en busca de trabajo, en busca de una vida mejor. Antes eran trenes cargados de esperanzas, ahora son pateras. Tal vez sea posible que juntos construyamos un mundo sin pateras, un mundo sin desigualdad, un mundo en definitiva, para todos. ¡Creo que otro mundo es posible! |