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DEL TARANTO A LA ALCAZABA (POEMARIO FLAMENCO DE CELSO ORTIZ)
Antonio Sevillano
La 36ª Semana Flamenca del Taranto comenzó de la mejor manera posible, con la presentación “Del Taranto a la Alcazaba”, de Celso Ortíz (Alhama de Almería, 1946). Si el alumbramiento de un libro siempre es motivo de alborozo aún lo es más si se trata de un generoso ramillete de coplas para ser cantadas “a lo flamenco”. Tras sus dos títulos anteriores en prosa (Recluta con queso y Caballito de mar, ambos en Editorial Alhulia), ahora, aunque adelanta que la experiencia es a modo de presentación y despedida del ruedo lírico, se nos muestra como un letrista consumado. ¿Rescoldo y añoranza de aquel coplero de cuando el Ateneo apostó decidido por el Carnaval capitalino?
Con ilustraciones del pintor Carlos Pradal aportadas por Joaquín Pérez Siquier y Marco Rubio, el lector se encuentra ante sesenta poemas de tres, cuatro o cinco versos octosílabos, medidos y puestos al servicio de soleares y soleariyas; tonás, livianas y seguiriyas; de fandangos, taranto o malagueñas. Celso domina con sorprendente seguridad la estructura métrica de los distintos estilos y variantes del frondoso árbol flamenco, aunque renuncia a etiquetarlos en un ejercicio de modestia responsable; tarea que deja al albedrío de profesionales y aficionados iniciados. “El flamenco –nos dice el autor en el prólogo- siempre se ha alimentado de sentimientos, situaciones y lugares cotidianos y muy populares y, bajo ese punto de vista, estas letras cumplen los requisitos, pero procurando actualizar tales elementos. Sin romper con la ortodoxia pretendo introducir en este arte conceptos, valores y escenarios de nuestro tiempo”. Y a fe que lo consigue, apostillamos.
Enfatiza que no es su intención hacer poesía, “porque la poesía es una expresión literaria total y los textos del cante quedan incompletos si no se convierten en expresión dramática”. Al igual que Antonio Machado, clarividente y con conocimiento de causa, afirmaba que hasta que el pueblo las canta, las coplas coplas no son, en el flamenco, hasta que el cantaor/a no las ajusta a su tesitura de voz y tempo rítmico, las interioriza y saca fuera envueltas en tercios jondos o melismas cadenciosos plenos de musicalidad, el cante no es cante en su más alta “expresión dramática”.
Celso Ortíz por tanto ejerce de dramaturgo y arranca con una tajante declaración de principios: reivindicando el derecho al error, puntual o crónico, y a decidir por cuenta propia, sin influencias ajenas:
Por vivir más de la cuenta
yo perdí cuanto tenía,
que nadie me lo reproche
si viví por cuenta mía.
Las faltas de cada uno
se tienen que respetar
cuando paga uno por ellas,
y no pagan los demás
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Y ya, sin solución de continuidad, su lectura nos sumerge en un abierto mar de letras cargadas de ironía, cuando no sarcásticas y transgresoras, a pie de obra... incluso de obras episcopales. ¿Recuerdan el contencioso, no tan lejano en el tiempo, ligado a intereses terrenales?:
El obispo de Almería
se ha visto en los tribunales,
lo han denunciado Las Puras
por abrir dos ventanales
a su sagrada clausura
Las monjitas de Las Puras
piden en sus oraciones
que el juez condene al obispo
y que el Señor las perdone
Navegando por la red
yo me encontré un nuevo amigo
y cuando se dio a conocer
resultó ser mi vecino.
Las cosas del internet
Tú fíjate si voló alto,
que el día que se murió,
lo dijo el telediario
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Por su colección de coplas desfila igualmente el paisaje urbano unido a la tradición secular de la minería tan presente en nuestros cantes autóctonos:
Que nadie vaya a quitar
de la playa de Almería
el Cable del Mineral,
yo fui minero algún día
y no lo quiero olvidar |
Celso Ortíz le canta al amor y al desamor, a la pena negra por el ser querido que se marchó para no volver:
No caben en mi memoria
las noches que paso en vela
recordando nuestra historia.
Desde el día de su muerte,
en un espejo de luto
siempre la tengo presente
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Por último expone, y denuncia, tragedias propias y ajenas. Lacras inmisericordes de una sociedad global que renuncia, sin marcha atrás, a mostrarse mínimamente justa. En el libro, por tanto, deben tener cabida jeringuillas letales (¡que letra más cabal pa cantarla por seguiriyas!), cayucos de hambre y esperanza o cárceles sin luz:
Aquí lo encontraron,
tuvo un mal final,
con una agujita clavada en las venas,
y sin dar señal
Me fijo, repaso y cuento
los presos de esta prisión,
y toditos los que encuentro
son tan pobres como yo
No le teme al temporal,
ni al guardián de la frontera,
ni a la bravura del mar.
El hambre rompe fronteras
Y se ha dejado,
en Marrakech,
cinco boquitas
a su merced
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Debo concluir. Lo anterior es una muestra, pero sólo una muestra aproximativa a importante poemario, a “Del Taranto a la Alcazaba”. Saboréenlo, despacico y sin carreras. No estamos sobrados de lírica tan despejada y lúcida, de letras refrescadas sin modernismos a contracompás, cuadradas y dispuestas para ser cantadas a lo flamenco. Salud y suerte.
El cante es una expresión dramática por excelencia que, junto a la música, contiene los elementos básicos de la representación: texto e interpretación. Las letras que aparecen en este libro las veo, por tanto, para ser representadas. Con ello quiero decir que no fue mi intención hacer poesía porque la poesía es una expresión literaria total y los textos del cante quedan incompletos si no se convierten en expresión dramática. Cuando escribí estas letras flamencas, lo hice imaginándome el cante en su plenitud teatral, pero consciente de que sólo puedo trasladar al papel la parte que le corresponde al letrista; por esa razón me veo en este libro más cerca de un dramaturgo que de un poeta.
Hecha esta consideración de carácter general quisiera añadir otras observaciones más concretas acerca del contenido de esta obra que titulo “Del Taranto a la Alcazaba”:
El flamenco siempre se ha alimentado de sentimientos, situaciones y lugares muy cotidianos y muy populares y, bajo ese punto de vista, estas letras cumplen los requisitos, pero procurando actualizar tales elementos. Sin romper con la ortodoxia he pretendido introducir en este arte conceptos, valores y escenarios de nuestro tiempo.
Otros autores de este género optaron por escribir en andaluz; en mi caso, salvo alguna excepción, obligado por la métrica, he preferido escribir en castellano puesto que estimo que no existe un idioma andaluz, sino una manera diferente de pronunciar el castellano que, por otra parte, se diversifica en cada una de las comarcas de Andalucía. La manera de decir las letras es algo que corresponde a la interpretación.
Dudé hasta última hora sobre la conveniencia o no de señalar en cada letra el palo correspondiente y opté por no hacerlo porque, con frecuencia, una misma composición gramatical se puede cantar de distintas maneras. En función de la métrica, del lugar o del argumento, no le será difícil al buen aficionado aplicarle a cada letra el palo más apropiado.
Quienes decidan leer estas letras flamencas observarán que las mismas se suceden sin responder a ningún orden. Aparecen las penas y las alegrías, lo más universal y lo más cercano, sin que en ningún momento se aprecie el menor atisbo de cuidado por presentar una clasificación lógica. Esa regla, que es ninguna, la he tomado de los propios recitales, donde no hay más leyes que la inspiración momentánea del artista.
Por último el libro no sería el mismo sin las ilustraciones de Carlos Pradal por eso ha supuesto una ayuda inestimable la colaboración de Marco Rubio de Bustos y Joaquín Pérez Siquier que me han cedido los dibujos de nuestro entrañable amigo para su reproducción.
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