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Percepciones paisajísticas
al Oriente de Sierra de Gádor
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José Jaime Capel Molina
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Catedrático de Universidad
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Quién haya ido desde el litoral andaluz por el valle
del río Andarax, recorriendo el vasto horizonte acerado que configura
ese singularísimo piedemonte escalonado de abancalamientos, Alhama,
Gádor, Huécija, íllar, Instinción, Rágol..., quizás sienta en su ánimo
la impresión de infinitud de su horizonte, al contacto con los caracteres
fisionómicos que percibe: paisaje más auténtico, más físico, más sensual,
de sus huertos irrigados y flanqueados por alguna vieja higuera que
como "torre vijía", en el estío, orienta certera el rasante vuelo
a los golosos mirlos. Y todo ello en el contexto árido e inhóspito
que comporta estas inmensas soledades de margas, de montañas rasas,
de páramos pelados y cárcavas. Sobriedad como rasgo fisiográfico más
sobresaliente y en el cual exhibe su belleza. No hay esplendor vegetal
continuo como acontece en las pluvisilvas oceánicas, a no ser la austeridad
porosa de las calizas, factor vertebrador que homogeniza el territorio.
Estamos ante un "paisaje con alma", de ahí que se desprenda de caudalosos
arroyos, de galas vegetales, de fértiles tierras... |
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Mas la acción humana a través de sus brazos generosos ha engalanado
ese paisaje, herencia del ayer, blasón de íberos, Fenicios, Griegos,
Romanos, Bizantinos, Omeyas, Judíos..., diseminando toda gama galamera
de verdes, de árboles, arbustos, hojas y frutos, dondequiera surja
intermitente el agua, don del Alto Cielo.
Cuando irrumpe julio, el Sol ha ganado al horizonte austral grados,
minutos, segundos de luminosa circunferencia. El solsticio acude
matemático a su cita de afelio: temprano amanece, llega, tamiza,
viste de azul cobalto Alhama, villa abierta al Bóreas, a la quietud
de la calima, al rocío, al horizonte oeste en su rumor Atlántico.
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Un austero y amplio farallón montañoso
anima la monotonía del relieve, el ingente bastión calizo de
Sierra de Gádor. El visitante si quiera atrapar la realidad
más inmediata y experimentarla en toda su plenitud, tiene que
aproximarse y dejarse llevar con pasos firmes y pausados, ascendiendo
sigiloso a su última morada, cuyo techo es uno de los más elevados
de Andalucía, a través de sus sendas que se intuyen, a través
de trochas y barrancos, desmoronadas por los aguaceros de otoño,
surcadas de dolinas, "térra rosa" y aromáticas. Pero tenga en
cuenta el viajero las celadas que inesperadamente acechan en
las dolomías, en su lapiaz y en sus cárcavas, a sabiendas, de
la exigua majestad de los calcios. |
"Fortuna
eran los sembrados de parrales, naranjos y sandías,
entre amapolas y umbrías de laurel florido, por prados
de malvas y trigales y aquella ligera brisa perfumada
a madera de magnolios y laureles, moreras y lentiscos".
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Mas cuando el Sol invade la zona de Capricornio: la noche se agiganta,
hiela, rezuman las retamas, amparan las estrellas. Hace frío, escarcha,
quiebra el Alba, llega la Navidad.
Y vuelven recurrentes los recuerdos augustos y apacibles de mi
río, infinita senda de agua y frescura. El que habita sus vegas,
conoce la grama, el agua turbia de boqueras o el tañido perezoso
de su río, sabe como hombre de la tierra que en el Sur no son caudalosas
las resurgencias, a no ser que el viento oceánico embravecido llore
copioso sobre ellas.
En este valle el paisaje se muestra generoso, aromático, táctil,
olfativo, cálido, donde el agua echa el pulso a la tierra ¡ Qué
nobleza aquellos que de niños aprendimos del olor de la glicinia
azul y del rocío de la vega¡ Aquí crece la juncia y el trato es
de alteza, que nazarí es su linaje y en el verde su nobleza. En
ese arrinconado piedemonte el verde de naranjos se intuye denso,
umbrío, oscuro, esmeralda, casi selva en sus vegas junto al río
Andarax; rumor ínfimo de agua. Allí donde brota el toronjil buscando
los humedales o las umbrías de las acequias, donde los grillos guardan
la memoria, atentos a rumores que en el Sur solo saben las adelfas.
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"A
igual altura hay otro paisaje alto y frío, que en
tiempo principal llamaron "Sierra de Gádor"; a su
gobierno convoca nieves, vahos y rocíos, remansándose
en las alamedas de sus arroyos y predios de "Salmerón",
tan mentado, que, a la postre, el tiempo y sus hazañas
desbarata".
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Y ahora mediando sobradamente mi vida, ¡qué
puedo esperar del fiero invierno que se acerca! puesto que
el invierno viene aunque no se quiera, mas todo pasa. Y vuelvo
a abrir el libro de imágenes aparcadas hasta donde alcanza
la memoria, tendría siete años, y en el río aquel comenzaron
a anidarse los primeros recuerdos, los más alegres y, a la
par, los más apacibles de mi vida. Recuerdo..." cuando daban
las seis de la mañana, mi mano izquierda agarrada dulcemente
a mi madre "amor bello, eterno e inolvidable" y mi mano derecha
presa con narcisos, enero madrugada paralelo al gallo, mediaba
el siglo XX cuando me hallo, cogíamos el sendero de escarcha,
alumbraba "Aries" tanto como en mayo y los labios cortados
por entero. Recuerdo..."algo de miedo, al pasar junto a la
palmera centenaria que bajando al río se yergue vigilante
aún en el bancal de la limera. De la vega, tres narcisos con
rocío, a la misa, la de mayor solera, la del Alba, Gádor,
un recuerdo eterno, hondo y mío. Y de regreso a la costumbre
de mis días, a la vega de mi río, reparo en que ya nada sería
igual como había creído y que "realidad y sueño" son de una
misma suerte.
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