EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 12 |
Ecos, Ecos, Ecos ... |
Vivencias de un viajero
Alhama de Almería
Jorge de Vivero
Jorge de Vivero es profesor de Lengua y Literatura del Instituto de Secundaria de Lugo. Es un destacado escritor de libros sobre naturaleza y artículos de viaje. Colabora asiduamente en el periódico El Progreso de la ciudad de Lugo. Su amistad con la familia Barbado Salmerón le ha llevado a visitar Alhama en un par de ocasiones. La última, la pasada Semana Santa, momento en el que escribió su articulo sobre Alhama y la casa de D. Nicolás. |
El pueblo.- También llamado Alhama la Seca, se recuesta en las estribaciones de la Sierra de Gádor y domina parte de la vega del Andarax y del desierto. La sierra es pelada, parda, con algunos matorrales, sus formas son redondeadas, pero de pendientes bastante abruptas que en ocasiones se desploman en barrancos; por el suelo se mueven lagartos y escorpiones, por el cielo azul africano vuela un halcón. En la vega crecen naranjos, que en las tardes de primavera adormecen con delicioso olor a azahar. Allá, el desierto ondulado, un laberinto geométrico de gris desolación, bellísimo.
El núcleo urbano es blanco y de tejados planos, rematadas las casas en una especie de azotea: casi nunca llueve. En la parte baja, abierto hacia la vega y el desierto, hay un balneario. Algo más allá y en similar posición, el cementerio con algunos cipreses. En la parte alta, la iglesia y el ayuntamiento, la iglesia ocre, el ayuntamiento, blanco. En esa misma plaza, un café algo destartalado, pero con indudable encanto, donde tomar unas cervezas con aceitunas negras y dejar que el tiempo pase o no pase: se llama La Tertulia y viene a ser como el casino del pueblo.
La casa.- Casona, habría que decir dadas sus dimensiones, su misma historia y espíritu. Rectangular y con dos plantas, tiene un jardín antes grandísimo, pues su mayor parte fue cedida al pueblo como parque público. Entremos en la casa. Un espacio central da paso a habitaciones: aquí un salón, allí otro, un pasillo, un dormitorio, la cocina, otra salita. Los libros se enseñorean de las paredes, miles quizá; muchas primeras ediciones de la segunda mitad del siglo XIX o de principios del XX, bastantes dedicados por sus autores al ilustre Don Nicolás Salmerón y Alonso, que fue dueño de esta casa, intelectual de renombre y Presidente de la Primera República: una gozada para el bibliófilo y para cualquiera con interés por la literatura, la historia o la filosofía.
Y en este pueblo y en esta casa pasamos las vacaciones de Semana
Santa, invitados por Teresa, bisnieta de Don Nicolás y, por Resti, a
quien nos une vieja y entrañable amistad. Valgan estas líneas
como recuerdo de los buenos días vividos juntos.