EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 7 VENTANA ABIERTA

 

Francisco Pascual Lucas
Malgrat de Mar,
Mayo de 1998
A un gran agricultor;
Miguel Pascual Artés.
Mi padre.

 

En mi cuadra están colgados
estacas de madera,
aquellos arados viejos
el Romano y la Vertedera.

El polvo los ha cubierto
del timón a la mancera,
ni brillan ya como antes
la reja y las orejeras.

Antes solo con el uso
parecía de plata nueva,
ahora están en descanso
su faena está hecha.

Recuerdo que un buen día.
en que hacíamos limpieza,
mis chiquillos sin maldad
esta pregunta me hicieran:

¿Tiramos ya esos arados
esa azada y esa espuerta?
Los campos están baldíos
esto ya, no hay quien lo quiera.

A mi solo de pensarlo
me invade la tristeza,
y se me mojan los ojos
¡mi alegría se vuelve pena!

¡Qué sabrán estos muchachos,
de estas viejas herramientas!.
Escuchadme muy atentos
esta historia que ya es vieja:

Cuando yo era un muchacho
ni me afeitaba siquiera,
ayudaba ya a mi padre
a trabajar en la hacienda.

Y ahora que los veis viejos
y muy llenos de miseria.
¿Preguntais si los quiero,
no quereis, que los quiera?

Me recuerdan a mi padre
y al agricultor que era.
¡Con los años no se puede,
hasta mermaron sus fuerzas!.

Yo le recuerdo de jvoen
con el genio de una fiera,
me llevaba a mi a ayudarle
y a recoger las cosechas.

Empuñaba ese arado
y aferrado a su mancera,
clavaba en el caballón
tras la Rucia y la Platera,
y dejaba un surco abierto
lleno de patatas nuevas.

¡Que cantares, que alegría
que había en nuestra vega!.

Arrima Ruuucia, bo Plateeera,
si alguna no obedecía
empezaba allí una guerra,
con su vara en el aire
aplicaba la sentencia;
corrían como corzos
derechas como dos velas.

¡Que limpio tenía el parral!
allí no crecía una hierba,
ni tallos que descolgaran
ni racimos que rompieran,
con su esparto revisaba
su diaria persistencia.

Para que voy a contaros
como cuidaba la huerta,
no hay verdura ni fruto
que él allí no tuviera.

Y las cargas de cebada
que llevaba yo a la era,
que engordaban a los gallos
que matan por Noche Buena.

Todas esas vituallas
todas esas sementeras,
las labró con sus arados
era el pan de nuestra mesa.
¿Y ahora pasados los años
me pedís, que no los quiera?

No me los tireis nunca
dejadlos que yo los vea.
Me traen muchos recuerdos
de mi juventud alhameña.

Y su un día lo tirais,
que sea cuando yo me muera.
Cuando nadie los recuerde
que sea lo que Dios quiera.

Ahora solo de pensarlo
¡mi alegría se vuelve pena!.