EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 27 HISTORIA
 

El Ateneo de Madrid recuerda a Don Nicolás Salmerón en el Centenario de su muerte

Salmerón en el Ateneo de Madrid
Vista general del Salón de Actos durante la presentación de la biografía en imágenes de Salmerón.

Cuando en Almería aún resuenan los ecos de las actividades celebradas con motivo del centenario de la muerte de D. Nicolás Salmerón y su recuerdo ha estado presente en cada uno de sus rincones, el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid rinde un honroso recuerdo a uno de sus miembros más ilustres. Este homenaje tiene un significado muy especial por la estrecha y profunda vinculación que existió entre Salmerón y esta institución.

Fue el Ateneo la tribuna de muchas de las grandes personalidades del siglo XIX español y así lo fue para el joven Nicolás Salmerón. Tenía 24 años cuando ya formaba parte de esta docta casa e incluso, no había comenzado su actividad en la vida política española. El Ateneo madrileño le proporcionó el foro más idóneo para expresar sus ideas, conocer las ideas de los demás y debatirlas hasta llegar a ser el gran orador que cautivaba con su palabra y que llevó a Dato, a pesar de las profundas diferencias que había entre ellos, a manifestar: "Entre el conjunto de las facultades asombrosas del señor Salmerón, destacábase, sin duda alguna, con luz vivísima, su talento oratorio..."

Durante los días 21 y 22 del pasado mes de enero de este año 2009, nuevamente el recuerdo de este alhameño y almeriense universal congregó, en el Salón Noble de esta institución cultural, a varios cientos de personas que, junto a la familia de D. Nicolás, desearon con su presencia dedicarle este memorable recuerdo. Estas personas, unidas por el afecto al recuerdo de Salmerón y con la única condición de alhameños y almerienses residentes en Madrid prestaron su calidez a tan entrañable acto. Una delegación del Ayuntamiento de Alhama de Almería representada por su alcalde y varios concejales llevaron hasta el Ateneo el agradecimiento de todos los alhameños.

nicolás salmerón, centenario de su muerte
presentación del cómic

El homenaje, programado con entusiasmo por D. José Luis Abellán, Presidente del Ateneo, con la colaboración del profesor y escritor D. José Siles Artes, con profundas raíces en Alhama y el profesor D. Eduardo Huertas, dedicaba la primera jornada a la presentación del libro Nicolás Salmerón y Alonso, biografía en imágenes realizada por María del Carmen Amate y el joven dibujante Juan Manuel Beltrán. La segunda y última jornada la dedicó el Ateneo de Madrid a profundizar en la vinculación de Salmerón con la filosofía y con la literatura mediante el análisis de una serie de autores y de sus obras para concluir con su intensa relación ateneísta.

La clausura de estas jornadas que favorecieron una vez más el encuentro entre el recuerdo de Salmerón y el Ateneo madrileño corrió a cargo de su Presidente, D. José Luis Abellán, ante un auditorio profundamente interesado. Por la riqueza de las exposiciones traemos hasta estas páginas un extracto de las mismas.

El impacto de Nicolás Salmerón en la esfera del conocimiento

por José Luis Abellán

D. Eduardo Huertas. D. José Luís Abellán y D. José Siles durante el desarrollo de la mesa redonda.

Nicolás Salmerón, que se había educado bajo el influjo de Sanz del Río y sufrido, en consecuencia, la seducción del krausismo, se vio afectado por la poderosa corriente del positivismo que, a partir de 1875, se impuso en los ámbitos intelectuales de la sociedad española y de forma prioritaria en el Ateneo de Madrid. Tenía entonces Salmerón treinta y ocho años y como asiduo de la "docta casa" no pudo dejar de acusar los efectos de ese movimiento que durante un cuarto de siglo avasalló a las mentes pensantes del momento.

Es un momento fundamental en la biografía de nuestro personaje, que era ya catedrático de metafísica en la Universidad Central y había sido en 1873 Presidente de la I República española. Era, pues, un intelectual y un político relevante, cuya opinión se escuchaba y se hacía sentir en el seno de la sociedad. Desde este punto de vista, es interesante que prestemos atención a este momento que marcará su vida y de modo relevante al conjunto de la intelectualidad española en esa etapa histórica que cubre el último cuarto del siglo XIX.

Como Salmerón era un seguidor apasionado de los avances científicos de la época, vio enseguida que la filosofía no podía mantenerse ajena a dichos avances, y así es como trató de refundir los heredados ideales krausistas con el desarrollo del positivismo, convirtiéndose en un adalid -sin duda el más importante- de lo que había de llamarse el "krausopositivismo".

Es sabido que Salmerón fue expulsado de su cátedra en 1876 por el Marqués de Osorio, encargado de la instrucción pública por el Gobierno de Cánovas, al haberse manifestado como denodado defensor de la libertad de cátedra. La expulsión de la cátedra fue acompañada de un destierro a Lugo. En esas circunstancias, Salmerón decidió pasar a Portugal y de ahí a París, convirtiendo el destierro en un exilio. En esa decisión sin duda no sólo influyó la política, sino probablemente la crisis intelectual que estaba viviendo como consecuencia de tener que asumir sus iniciales convicciones krausistas con los nuevos planteamientos del positivismo. Salmerón cobró conciencia plena del protagonismo de la ciencia en el proceso de modernización de España, y eso le obligó a muy serias reflexiones filosóficas, para lo que aprovechó sus diez años de exilio.

El hecho es que el krausismo había impuesto un concepto de ciencia que -de acuerdo con los valores implícitos en la filosofía idealista- primaba los órdenes sistemático y especulativo, convirtiéndola en "conocimiento sistemático de la realidad" (Wissens-chaft); ahora, sin embargo, el énfasis puesto en la observación y la experiencia va a convertir a la ciencia en "conocimiento empírico e inductivo" (Science). Se intenta ahora aunar la especulación y la experiencia, superando, por un lado el antiguo trascendentalismo metafísico, y por otro, la estrechez del positivismo contemporáneo. Nicolás Salmerón se convierte así en "el representante más caracterizado de la inflexión positiva del krausismo", abriendo la puerta a lo que el mismo autor llama "la constitución de una generalizada mentalidad científica". Estamos sin duda ante la consecuencia más importante de la implantación del positivismo en España. Como dice Diego Núñez: "Basta asomarse a las diversas manifestaciones de la vida cultural de los primeros años de la Restauración para apreciar en seguida un acusado tono cientista. Las revistas de más prestigio intelectual del momento siguen muy de cerca y con una intensidad insólita hasta entonces los trabajos de los científicos extranjeros de mayor relieve". Y añade: "A la hora de hacer un balance breve y significativo de la presencia de esta etapa positivista en el pensamiento español contemporáneo, la aportación principal que, sin duda alguna hay que destacar en primer plano, es justamente la formación de una mentalidad científica".

Ahora bien: los nuevos planteamientos materialistas del positivismo, en el que la polémica sobre el darwinismo, ocupaba un primer plano, constituían un frente ideológico muy agresivo con respecto a las creencias religiosas y morales de la España secular.

La nueva mentalidad científica era, pues, un revulsivo ideológico y moral en un medio social pacato y reaccionario con raíces ancladas en un pasado ancestral. Los medios intelectuales - y muy fundamentalmente en la esfera médica- aceptaron esa nueva mentalidad, lo que va a producir una extraordinaria recuperación de la actividad científica en España, pero, en cambio, las clases medias, el mundo eclesiástico y los poderes políticos, reaccionaron violentamente contra las nuevas ideas, y así Nicolás Salmerón, que había realizado una revolución en el esfera del conocimiento, se tuvo que convertir en un combatiente político y un líder de opinión.

Nicolás Salmerón - sus discípulos y amigos, la cátedra de metafísica y la renovación de la ciencia

por Eduardo L. Huertas Vázquez,

PROFESOR DE LA UNED

Hay una connotación en la personalidad de Nicolás Salmerón que determinó específicamente su comportamiento vital y científico. Esa connotación, tan esencial a su vida y a su obra, fue resumida por su amigo y discípulo Urbano González Serrano al definirle como la "personificación más genuina de la secularización de pensamiento y vida". Desde su base Krauso-positivista, monista y panenteísta, Salmerón, racionalista armónico y con una fuerte fe en el poder de la razón libre, planteó su posición científica en torno a dos ejes, que vinieron a constituir el gozne sobre el que giraron sus reflexiones y apuestas filosófico-científicas. El primer eje apunta a la necesidad de independizar la Ciencia de la Religión y el segundo propugna la necesidad de armonizar la Filosofía y la Ciencia. Ello supone despojar a la Filosofía de todo el lastre de la metafísica tradicional y poder elaborar una Filosofía científica, y liberar al pensamiento y a la investigación científica de toda injerencia confesional.

Este planteamiento tenía su fundamento en que Salmerón conocía los movimientos filosófico-científicos más importantes que brotaron en Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Estos movimientos eran el transformismo de C. Darwin, el evolucionismo de H. Spencer, la nueva filosofía alemana, el monismo naturalista de Haeckel y de Büchner, y la Psicología experimental de Wundt y de Fechner, y la doctrina correccionalista del penalista Carlos Augusto Roeder. Salmerón cita en sus escritos, y supongo también en la Cátedra, a los autores de estos movimientos que fueron acogidos en España, especialmente, por los krausistas de la Institución Libre de Enseñanza, a la que pertenecía Salmerón. Sobre su base krausopositivista Salmerón defiende la conversión de la Psicología filosófica en Psicología científica y la Psicofísica, siguiendo a la escuela alemana de Wundt y Fechner. Acoge igualmente el movimiento naturalista alemán de Haeckel y Büchner y el evolucionismo de Spencer. Y propone nuevas perspectivas científicas para el tratamiento de la Filosofía, de la Psicología, de la Lógica y de la Ética.

Fue otro de sus distinguidos discípulos, Leopoldo Alas "Clarín" quien conoció bien la Cátedra de Metafísica de la Universidad Central, y quien alertó sobre una actitud connatural de Salmerón al proclamar "poco ha escrito o a lo menos ha dado a la estampa el Sr. Salmerón si se compara con lo mucho que ha pensado". Bien sabía, al parecer, Clarín, lo mucho que pensaba Salmerón, pues asistió asiduamente a sus clases y escribió las más maravillosas páginas sobre su "Cátedra de Metafísica" y sobre su talla intelectual, pues llegó a afirmar "Salmerón es el primer filósofo de España". Clarín, eminente escritor, escribió esas excepcionales páginas porque había asistido a sus clases de la Cátedra de Metafísica con curiosidad y temor reverencial y también con gran fervor y admiración por el profesor Salmerón.

A tenor de estás páginas de Clarín y de otros testimonios de amigos y discípulos, como Gumersindo de Azcárate, Urbano González Serrano, Manuel de la Revilla o Adolfo Posada, entre otros, la Cátedra de Metafísica debía de ser como una especie de semillero de esquejes filosóficos y de apuestas científicas, como un invernadero de ideas y de nuevas perspectivas que algunos de sus más preclaros alumnos desarrollarían después. Pues son muchos los intelectuales de la época los que aluden y tienen como referentes dicha Cátedra, que, a lo largo de los tiempos, incluso hasta hoy, se ha convertido en una especie de atractivo "mito" poco conocido.

Es de suponer, y además lo afirma Clarín, que lo mismo que enseñaba Salmerón en su Cátedra lo enseñaba en sus escritos, aunque no fuera igual. Pero los escritos científicos de Salmerón fueron pocos, cortos, dispersos y un tanto coyunturales. De entre ellos, es ineludible destacar tres largos prólogos a tres obras importantes que aparecieron en el momento. El prólogo a la obra de Hermenegildo Giner de los Ríos "Filosofía y Arte", de 1878, el Prólogo y Apéndice, junto con U. González Serrano, a la obra de Guillermo Tiberghien "Ensayo teórico e histórico sobre la generación de los conocimientos humanos", de 1876, y el prólogo a la obra de Juan Guillermo Draper "Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia", de 1876. Además de estos grandes prólogos sería conveniente tener en cuenta el prólogo a "Estudios sobre la religión", del citado G. Tiberghien, y el prólogo a la obra de Ernesto Heackel "La emancipación del hombre", traducido por su amigo y admirador Salvador Sampere y Miquel.

En estos prólogos se especifican los movimientos filosóficos-científicos reseñados líneas atrás, y en ellos el autor insiste en la importancia de la Psicología fisiológica o Psicofísica como camino para la renovación científica de la Filosofía, se extiende en marcar nuevas perspectivas para la Lógica, la Ética y la Sociología, y no deja de insistir, una vez más, en la necesidad de independizar la Ciencia de la Religión. Estos esquejes y las nuevas perspectivas fueron después desarrollados, en obras propias, por sus discípulos y amigos, todos ellos profesores e investigadores. Los que partieron de estas bases y divulgaron sus contenidos, desarrollándolos, fueron, especialmente, U. González Serrano, J. Verdes Montenegro y Montero, Julián Besteiro, J. de Caso y Blanco, E. Ruiz Chamorro, S. Sampere y Miquel y M. Navarro Flores, discípulo de J. de Caso y del Dr. L. Simarro. Otros alumnos, discípulos y amigos no fueron por estos caminos sino por otros análogos, pero, por conocer bien a Nicolás Salmerón, no dejaron de divulgar las excelencias de su pensamiento y de su vida. Entre estos están en primer lugar el ya citado Leopoldo Alas "Clarín", Rafael Altamira, Manuel de la Revilla, Adolfo Posada, y, por supuesto, Gumersindo e Azcarate.

En la antesala de Nicolás Salmerón

por José Siles Artés

De la vinculación y pertenencia de Nicolás Salmerón al Ateneo de Madrid, da vigoroso testimonio el lienzo que cuelga en su famosa Galería de Retratos. Allí puede contemplarse al Salmerón de sus años gloriosos, el más vital, fogoso e idealista. Tendría entonces cuarenta años escasos.

Nacido en 1837, el estudiante de Filosofía y Letras, Nicolás Salmerón, se trasplanta a Madrid, se licencia en Filosofía y Letras en la Universidad Central con Premio Extraordinario, y empieza a sobresalir como ferviente krausista.

Por aquellos años el krausismo, filosofía introducida en España por Julián Sanz del Río, del cual era Salmerón destacado discípulo, aboga activamente por la democracia, las libertades y el progreso, enfrentándose a postulados y dogmas secularmente arraigados en la sociedad española en general.

Es una contienda que tiene lugar en el parlamento, en los periódicos, en las universidades, en los cuarteles, en los círculos intelectuales y hasta en los casinos y cafés.

Salón de Actos Ateneo de Madrid
Detalle de las pinturas del techo del Salón de Actos del Ateneo madrileño

Y en máximo grado, la controversia se desarrolla y escenifica en el Ateneo de Madrid, el viejo Ateneo de la calle de la Montera, 22, en cuya sección de Ciencias Morales y Políticas se debaten los temas más candentes e intervienen los hombres más capacitados. En ella hizo sus primeras armas de orador y polemista Nicolás Salmerón, quien se había hecho socio en 1861, según consta en la Memoria de Socios correspondiente. En ese año se debatió sobre la "Determinación de la idea del progreso", en 1861-62 sobre la Relación entre el progreso científico e intelectual de nuestra época, con el progreso moral; y en el curso 1862-63, con Salmerón de Secretario Segundo, la Mesa se planteó: ""¿Será conveniente la libertad absoluta de discusión y de enseñanza?"

La efervescencia ideológica y política de aquella época desembocará en la Revolución de 1868, popularmente conocida como "La Gloriosa", al tiempo que Isabel II abandonaba el trono refugiándose en Francia. Dos años escasos ocupó su lugar Amadeo I de Saboya, al que el 11 de febrero de 1873 sucedió por primera vez en España una República, cuyo tercer madatario fue precisamente Nicolás Salmerón y Alonso. Duró la República hasta el pronunciamiento del General Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874, quedando restaurada la monarquía en la persona de Alfonso XII. Los sectores radicales son entonces objeto de represalia, llegando el poder a desposeer de sus cátedras a algunos de sus titulares más significados, como Salmerón, quien al igual que muchos otros republicanos eligió el camino del exilio. Él se instaló en París, donde residirá hasta 1885.

Pudo haber continuado en Francia renunciando a la lucha por sus ideas, otros lo hicieron seguramente, pero no estaba en su carácter.

Durante casi una década de ausencia de España, han sucedido aquí muchas cosas. La monarquía ha vuelto por sus fueros y dos partidos, el conservador y el liberal, se turnan en el poder. Pero la llama del republicanismo sigue viva, y Salmerón se consagrará a mantenerla y extenderla desde el escaño que sucesivamente irá ocupando en el Congreso. Mientras tanto se ha reincorporado a su cátedra, ha retomado la práctica de la abogacía y sigue afiliado al Ateneo, como atestigua la Lista de Señores Socios de 1886.

Pero ese Ateneo con que Salmerón se reencuentra, ha sufrido una gran cambio; ya no está alojado en aquel destartalado caserón de la calle de la Montera; ocupa un edificio mucho más espacioso y construido expresamente para sus funciones, con unas espléndidas salas de biblioteca, zonas de estar, Galería de Retratos y un grandioso Salón de Actos. Ha sido inaugurado el 21 de enero de 1884, con un largo discurso del líder conservador, Cánovas del Castillo y la asistencia-bochornosa para los republicanos acérrimos-del rey Alfonso XII.

En el nuevo Ateneo, al que los historiadores llamarán el Ateneo "canovista", con orgullo unos y con desdén otros, siguen teniendo cabida todas las ideas, como reflejan sus Juntas de Gobiernos y sus cursos y cátedras.

Ateneístas son Rafael María de Labra, Gumersido de Azcárate y Manuel Pedregal, quienes con otros republicanos fieles, se reúnen alrededor de Salmerón para fundar el Partido Centralista en 1890. Hasta 1897 existirá ese partido, año en que muere Pedregal. A este economista, ministro y activo ateneísta, le dedica el Ateneo una velada necrológica el 20 de febrero de 1897, donde estará presente e intervendrá Nicolás Salmerón.

Nicolás Salmerón falleció en Pau el 20 de septiembre de 1908, su entierro tuvo lugar en Madrid el 24, constituyendo un acontecimiento multitudinario, de esos que llegan al corazón de la gente sencilla. En la prensa produjo también destacada huella, y en el mes de octubre el Congreso y el Senado le hicieron sendos homenajes con discursos que han quedado registrados en un singular e imprescindible libro, titulado. "Homenaje a la buena memoria de don Nicolás Salmerón y Alonso. Trabajos filosóficos y discursos políticos". Seleccionados por algunos de sus admiradores y amigos. Que el Ateneo de Madrid organizara algún tipo de homenaje, no nos consta, sin embargo. De ahí que las dos jornadas de conmemoración, celebradas en su sede los días 21 y 22 de enero de 1909, tengan una especial significación: son en gran medida el saldo de una deuda pendiente desde hace algo más de un siglo.

Homenaje Salmerón
Los organizadores del homenaje ante el retrato de D. Nicolás Salmerón