EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 27 ETNOGRAFÍA
 

Alhama mágica

Fco Abel Saldaña martínez
Francisco Abel Saldaña Martínez
Estudiante de Educación Primaria
Vivimos en una cultura que cree conocerlo todo, cualquier suceso misterioso del que tenemos noticia lo consideramos un desliz precientífico. Sin embargo, el misterio forma parte de nuestra vida. Hay que aceptarlo. No conocemos todo, ni tampoco controlamos todo. En nuestro mundo, a la vez que se presume del avance del saber humano, no puede negarse el interés por el misterio. La ciencia no da respuestas a todo, porque considera al hombre como un mero ser biológico evolucionado. Pero el hombre es también un ser espiritual, un ente que ama y sufre. Un ser que busca, busca ansiosamente algo más que el funcionamiento de su organismo, atenazado por la inmediatez de su propia muerte. Vamos a adentrarnos en el misterio, en lo misterioso de Alhama. En las leyendas que, desde siglos, han venido sucediéndose de abuelos a nietos en Alhama. Algunas más conocidas que otras, e incluso enriquecidas por el inexplicable regocijo que causa el terror ajeno. Pero que ahí están, perdidas por las calles y peñascos de Alhama, hablándonos del misterio que rodea nuestra existencia. Algunas de ellas en riesgo de extinción a consecuencia de esta sociedad que vive demasiado rápido, y sentarse al lado de nuestros ancianos para escuchar nuestra propia historia está mal considerado, prefiriendo ver la televisión o pasarse horas delante del ordenador, adentrándonos en un mundo frió y sin beneficio.

LAS BENDITAS ÁNIMAS

Cuenta Alhama con una concurrida y conocida ermita dedicada a las Benditas Ánimas del Purgatorio. Es un dogma católico que las almas de los difuntos, cuando no están a la hora de la muerte lo limpias que deberían para encontrarse en la presencia de Dios, quedan en un espacio intermedio entre el Cielo y el Infierno. Este lugar es el Purgatorio, donde, privadas de la ausencia amorosa del Padre, se purifican de sus pecados y se preparan con el vestido de fiesta del que nos habla Jesucristo en la parábola (Cf. Le 14, 16 - 25). La Iglesia Católica exhorta a recibir los últimos sacramentos, realizar las exequias litúrgicas y ofrecer misas y oraciones tras el fallecimiento de un conocido, con el objetivo de ayudar su período de purificación y lograr que alcance el Reino de Dios cuanto antes. Para los seres queridos del finado adquiere un matiz entrañable, pues no se cortan los lazos afectivos ni tras la muerte, ya que los que continúan peregrinando en esta vida siguen ocupándose del bienestar de su querido difunto.

En Alhama, este aspecto de la fe católica se cristalizó en la Ermita de las Ánimas Benditas. Situada en un céntrico lugar del municipio, recibe numerosas visitas de los fieles. Se acercan, hacen la señal de la Cruz y, agarrados a la reja de la puerta, depositan una silenciosa oración y una limosna en sufragio. Porque ¿quién no tiene nadie por quién pedir a la amorosa Virgen de la ermita?

Sin embargo, el correr de los siglos ha depositado su pátina en esta piadosa devoción. Historias, a cada cual más curiosa, circulan sobre las Ánimas, ansiosas de oraciones para llegar a la Gloria. Aquí tenemos tres de ellas:

¡Despierta!...

Luis estaba agotado, los párpados se le caían con tal fuerza que más de una vez pensó que las pestañas llegarían a barrer los intragables apuntes que yacían en la mesa de estudio. El mes de junio había llegado sin avisar y, con él, los malditos exámenes que estropeaban las estivales tardes. El reloj digital pasó de las dos a las tres, era hora de descansar.

Tras un sonoro bostezo, se desnudó y se arrojó en la cama próxima. Cuando logró dominar la almohada un malhumor lo invadió. Había olvidado poner el despertador. Él solía poner la alarma del móvil, pero éste se encontraba en la mesa del comedor y su sueño no le permitiría llegar hasta allí. Mientras reunía fuerzas para alzarse, recordó lo que decía su abuela:

- Las Benditas Ánimas recorren el pueblo todas las noches, van pidiendo oraciones para escapar de su pena. Hacen casi cualquier cosa porque recemos. Hasta puedes pedir que te levanten a una hora, si a cambio dices a su favor una oración sencilla. Yo lo hago muchas veces y ¡descuida que no me despierte a esa hora!

A pesar de que el sueño lo envolvía, Luis no pudo reprimir unas risitas al rememorar el solemne gesto de su abuela cuando decía esto. Resignado y atolondrado por el sueño, sin levantarse dijo:

-¡Así que las Ánimas!, bueno... así si mañana llego tarde le echaré la culpa a los ratos que me obligan a pasar con la abuela. Está bien... Ánimas Benditas que me despierte a las siete y media. Ja, ja, ja... ¡Mira que las cosas de la abuela!, ¿no decía también que éstas me pisarían por la noche si no cenaba lo que mi madre me servía? Mañana iré a verla y le diré que ya no soy un niño al que asustar con sus historias.

Se incorporó y se cubrió con la sábana, antes de sumirse en la inconsciencia del sueño, recordó lo de la oración y, dispuesto a seguir con la broma, se durmió con el suave rezo del Ave María.

Mientras exploraba las deliciosas campiñas del sueño, un ligero frescor logró despertarlo. Abrió los ojos y vio su desnudo cuerpo sin la sábana. Levantándose, descubrió a ésta perfectamente colocada en el suelo. Atribuyendo lo sucedido al capricho de una solitaria ráfaga de viento, la recogió y volvió a tenderse en la cama. Cuando volvía a acogerlo la placidez del sueño, un extraño rumor pareció rodear la habitación. El pobre Luis, creyendo que era causa de los efectos del prolongado estudio, buscó la mejor postura en el mullido lecho e intentó continuar su descanso. Sin embargo, no podía dormir. Cuando parecía que lo lograba, el rumor se hacía más intenso. Finalmente, el rumor tomó cuerpo y pudo escuchar:

-¡Despierta!, ¡Despierta!, ¡Despierta!...

Extrañado, en su embriaguez somnífera, pensó que alguien de su casa lo llamaba. Entonces un terror espantoso se apoderó de él, dio un brinco en la cama y corrió desnudo hasta el comedor, donde cogió el móvil. ¡Marcaba las siete y media! Aterrado, quedó un rato en suspenso bañándose en su sudor. Las Ánimas habían cumplido su trato...

La procesión de las Ánimas... vivas

En las décadas finales del S. XIX, una ancianita de Alhama que vivía cercana a la Ermita de las Ánimas, murió. Nada extraordinario en un principio, a no ser por que la difunta predijo su propia muerte a sus familiares. En realidad, no fue la única muerte que predijo con exactitud la anciana. Todos los alhameños temían aparecer en las profecías de esta mujer, porque sabían que los anuncios de muerte que hacía, siempre se cumplían.

La venerable anciana disponía de un amplio ventanal, que desde que sus piernas entumecidas por la edad no le permitían salir, le proporcionaba contacto con el mundo. Pero no solo era el mundo terreno el que podía observar desde allí, pues desde esa misma ventana tenía acceso a otro mundo. Según el testimonio de la mujer, una fecha fija de cada mes, podía ver un cortejo muy curioso. Como en las procesiones religiosas a la que estaba acostumbrada, ante sus ojos pasaban silenciosas personas con cirios ardiendo en sus manos. Lo más curioso es que estas personas ¡eran los habitantes vivos de Alhama! No se trataba de personas fallecidas que conocía la anciana y pudiera identificar, sino de sus coetáneos que aún vivían. Con el tiempo, la anciana entendió que según las dimensiones del cirio así de larga era la vida del que lo portaba. De este modo, jóvenes alhameños que parecían llenos de vida, si la anciana los veía con cirios pequeños tenían una próxima muerte. Por el contrario, enfermos y ancianos decrépitos que portaban cirios largos, vivían unos años más.

Este caso es muy curioso, ya que rompe todos los cánones a los que estamos acostumbrados en las historias de Ánimas. Sin embargo, se formularon varias teorías al respecto. Una de ellas, dice que las Benditas Ánimas tomaban el aspecto de los alhameños vivos para prevenir lo que les quedaba para morir, por medio del tamaño de los cirios, y, de esta forma, que pudieran ponerse en paz con Dios para no soportar el Purgatorio que ellos padecían. Sea como fuere, lo cierto es que hubo un día en que Alhama tembló con las profecías de aquella anciana que, sentada ante su ventana, aseguraba ver las almas de los vivos y logró predecir su propia muerte.

Un encuentro nocturno...

Esta historia también es del S. XIX. Por aquel entonces la luz eléctrica no alumbraba todavía las queridas calles de Alhama. Cuando el sol se ocultaba entre las montañas, todo quedaba sumido en las tinieblas de la noche y, solo si era compasiva, la luna podía disiparlas un poco. Por esta razón, los alhameños procuraban evitar deambular por las calles por la noche. Además, no era muy seguro e intentaban, ir acompañados. Cuando se trataba de llevar al Santísimo para asistir a un moribundo, incluso se tocaban las campanas para que todos salieran a alumbrar y acompañar al sacerdote. Los médicos y otros oficios que podían ejercer su tarea a horas intempestivas, siempre lo hacían armados.

Las tinieblas ocultan la identidad y pueden hacer que el hombre, amparado en el anonimato, pierda su pudor y realice acciones repulsivas. Estas oscuras horas era el tiempo, también, de las pasiones de jóvenes novios y de adulterios. Para asegurarse que esas pasiones no llegasen a ser deshonra pública, se buscaban toda clase de artimañas. Lo más común era salir a altas horas envueltos en una sábana y con un débil candil en la mano, hasta llegar a la casa del amante, consumar el pecado y regresar al hogar de la misma guisa. Este aspecto fantasmal velaba la verdadera identidad y alejaba a los que se sintieran tentados de curiosear, no resultase que el fantasma fuera de verdad.

Sin embargo, se cuentan historias de valientes que, al osar levantar las sábanas, hallaron ánimas de verdad que solicitaban espantosamente sus oraciones. Incluso terroríficas historias de fantasmas de mentira que llegaron a encontrarse con otros fantasmas reales. Todo podía pasar en las horas de las tinieblas.

NOTA: *Para obtener más información sobre las Benditas Animas se puede consultar el número 6 de la revista El Eco de Alhama desde la página 23 a la 27

 

 

 

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LA CUEVA ENCANTADA

Cinco chiquillas jugaban, a finales de la década de los sesenta del S. XX, en los Tres Peñoncicos cerca del algarrobo. Con esmero recogían pequeños guijarros que utilizaban en los menesteres de sus imaginarias cocinas. Una de pelo rubio, cruzó la acequia para intentar alcanzar unas almendras que un retorcido leño aún sostenía de cosechas ya pasadas. La pequeña rubita saltaba con todas sus fuerzas estirando hasta el último de sus deditos. En sus esfuerzos perdió el equilibrio y fue a parar a una pequeña oquedad que tenía al lado una pequeña poza. Rápidamente acudieron sus amiguitas, que la levantaron y le sacudieron el polvo que ensuciaba su vestido. La accidentada por fin habló:

- No es nada, es que las almendras estaban demasiado altas
para mí. ¿Habéis visto que cueva tan bonita? Parece la de Belén, aunque es muy pequeña... pero ¡tiene un agujero muy oscuro dentro!, ¡Vamos a intentar pasar!

- Pero Gracia - replico otra pequeña - ¿no ves que ese
hueco es muy chico y está oscuro? Mira que eres tonta.

Mientras nuestras pequeñas se enzarzaban en una inofensiva pelea, una que había quedado al margen, que vivía unas calles más debajo de la Ermita de San Marcos, cortó en seco la discusión con una expresión seria.

- ¡Callad! Tontas sois todas, ¿no sabéis qué cueva es esta?
Es la cueva de la Encantada.

Las niñas se miraron asombradas, nunca habían escuchado semejante cosa. Sus pupilas infantiles se pusieron a brillar de pensar que algo que sonaba tan bien estuviera en su pueblo y, además, su compañera supiera todo eso. En silencio, miraron a su amiga, que para satisfacerlas, carraspeó y se dispuso a contar la historia ante tan interesado auditorio.

- Dicen que, cuando aún había guerras entre cristianos y moros, una bellísima doncella fue encantada a permanecer encerrada en las entrañas de esta cueva eternamente. Aunque este encantamiento fue realizado para castigar algún pecado de la doncella, le aliviaron su terrible castigo de dos maneras. Cada noche rasa de luna llena puede salir a sentarse sobre uno de los tres peñones y comenzar a peinar sus lindos cabellos con un magnifico peine de plata en el que se refleja con gran majestuosidad el brillo blanco de la luna, una vez marchada la luna, debe retornar a su tormentosa prisión. Además, si mientras se peina sobre los peñones ve a otra doncella, puede pasar el encantamiento a ésta y quedar liberada de su secular cautiverio. La pequeña rubia, aunque apartó sus piececitos de la cueva, se encaró con su explicativa amiga:

- Sole, ¿Quién te ha contado eso? ¡Menuda tontería! Yo nunca he oído eso y no vivo tan lejos.

- Mira Gracia, ya sé que es raro, pero ¿conoces tú a mi vecina Brígida?

- Sí. Es esa señora vestida de negro, que tiene una joroba en la espalda y un bulto terrible en la garganta.

- ¿Sabes por qué tiene eso?

- No, pues porque nacería de ese modo.

- ¡No! Ella, cuando era joven era la muchacha más bella del pueblo. Todos los muchachos la pretendían por su belleza. Un sábado de verano por la noche, Brígida pensó en ir a dar un paseo para aliviar el sofocante calor. Tomó su pañoleta, se la ató y subió por encima de la Ermita de San Marcos donde corría el viento. Las viejas decían que las noches de Luna llena no debía traspasar los límites de la Ermita, que San Marcos estaba en ese lugar para proteger que algo malo pasara a las gentes del pueblo, pero Brígida no creía en "historias de viejas". En esta estaba cuando un delicado resplandor la distrajo e hizo que alzara la vista. Al hacerlo vio, sentada en un peñón, una hermosísima joven morena que peinaba su larga cabellera azabache con un valioso peine que parecía estar hecho de la misma Luna. Brígida tampoco había visto jamás un vestido como el que ceñía a la joven, era blanco y bordado, de falda y mangas anchas. Extrañada, se acercó a la joven y le preguntó su nombre. La doncella, que parecía tan plácida, le dirigió una mirada de odio, Brígida, aterrorizada comenzó a correr para encerrarse en su casa y escapar de tal espectro. Mientras tanto, la doncella con una voz vengativa le gritó: "¡Que te dobles y te crezca la garganta!". Brígida, sobresaltada contó lo sucedido a sus ancianas vecinas al día siguiente, asustadas, le dijeron que esa muchacha no era otra que la Encantada. Si Brígida no hubiera echado a correr, según las vecinas, tendría que haber ocupado su puesto y sería la nueva Encantada. Por desgracia, se cumplió la maldición que la doncella le echó a Brígida. Una rara enfermedad se apoderó de ella, dejándola jorobada y con un gran bulto en la garganta. Sus pretendientes la abandonaron y se convirtió en una solterona poco cotizada.

Las chicas, pensativas, sintieron una enorme lástima por la pobre Brígida, a la que todas conocían y de la que se burlaban a veces por su esperpéntico aspecto. Sin embargo, ya era tarde y el crepúsculo comenzó a tornar de tonos naranjas el azul cielo a la vez que una prominente luna llena comenzaba a asomar por el horizonte, por si acaso, sin mediar palabra se dispersaron y corrieron hacia sus hogares, donde sus madres comenzaban a preocuparse. Al día siguiente todas volvieron a coincidir en los Tres Peñoncicos, inspeccionaron con gran curiosidad y temor cada peñasco en busca de largos cabellos oscuros ¿encontrarían alguno?

Después de haber contado estas historias que forman parte de la cultora de Alhama, me gustaría remarcar dos aspectos. En la actualidad la cueva de la Encantada se encuentra sepultada por las obras de la nueva carretera y del nuevo depósito de Alhama, amenazando también el paraje de los Tres Peñoncicos. En segundo quiero hacer referencia a lo ya dicho en la introducción del articulo, y es la falta de comunicación con las personas mayores, en todos los tiempos, a consecuencia de esto sólo ha llegado hasta nuestros días la mitad de la leyenda de la Encantada, pues si tenemos en cuenta que la situación de la cueva esta justo debajo de "Los Castillejos" podemos deducir que hay una historia previa a esta que cuente cómo una bella doncella llegó a ser la Encantada.

NOTA: Ilustraciones de Juan Manuel Betrán