EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 22 Y ADEMÁS...
 

Desde mi silla de ruedas

Msther Noelia Rodríguez Ruiz

Me llamo Esther, soy minusválida y tengo una parálisis cerebral de tipo motórico, que ha sido cuantificada en un 85%.

Yo siempre digo que nací desde Alhama, ya que mis padres se encontraban pasando el verano con mi abuela, cuando los cohetes del castillo debieron asustarme, y mi madre tuvo que marchar a Almería a toda prisa una mañana de julio allá por el año 1983.

Es precisamente en este pueblo donde me siento más integrada; mi familia y aquellos vecinos de la localidad que me conocen siempre me han tratado con afectividad y cariño. Aunque lo que más me molesta es no poder acceder a la biblioteca pública y contemplar las diferentes exposiciones que allí se realizan. Quién diseñó el edificio no pensó en las personas con dificultades para desplazarse. Tampoco se contemplaron las complicaciones que ocasionan los pivotes de la calle Médicos a las personas que se manejan en sillas de ruedas, sobre todo cuando al mismo tiempo circulan por la vía los coches. Pienso que hay otras soluciones más imaginativas para evitar los aparcamientos indebidos.

A medida que un pueblo o ciudad es más grande he de sortear más obstáculos. En Almería aún no he podido desplazarme con el coche eléctrico; bordillos con excesiva altura, coches mal aparcados, edificios inadaptados, rampas con demasiada pendiente,...A todo lo anterior he de añadir que no se respetan los aparcamientos reservados para los coches que transportan discapacitados.

Las barreras físicas dificultan enormemente las relaciones sociales, no sólo las mías, sino también las de mi familia.

Mi mente se siente atrapada por un cuerpo que apenas tiene movilidad, y mi hablar es dificultoso; ¡no puedo expresarme con claridad!

Me quedan los sueños, eso si puedo hacerlo, vivo hacia el interior, donde además creo que se encuentra la auténtica riqueza y valía de las personas.

En el campamento de la Federación de Minusválidos

El universo de mis amistades es muy reducido, pero muy rico, pues ante mí el cinismo y la hipocresía social no tienen mucho sentido, ya que en mi situación sólo puedo ofrecer afecto y amistad.

En los libros encuentro aquellas cosas que no puedo hacer por mí misma, siento las andanzas de sus protagonistas como si fueran las mías.

Mis padres, desde el principio, vieron que integrarme en la escuela pública era fundamental para mi desarrollo, y solicitaron un estudio psicopedagógico que así lo avalara. Realizado este por los EATAI de Vélez-Málaga aconsejaron mi ingreso en un Centro Público. Pero mi llegada a la escuela causó perplejidad a los maestros y a la propia Administración Educativa, que aún no asimilaban las nuevas leyes referentes a la integración de disminuidos. Pasados estos primeros tiempos de zozobra y acomodación, mi transcurrir por la enseñanza obligatoria fue tranquilo y enriquecedor. Pero el bachillerato cambió este rumbo sosegado por el sistema educativo. Y es aquí donde me doy de bruces con otro tipo de barreras mucho más sutiles, y que hunden sus raíces en los más profundos recovecos de la mente humana. Para derribarlas no bastan ni las palabras ni los razonamientos, están muy asentadas en ciertos tipos de ideologías que no entiendo ni sé explicar, pero las he sufrido.

Yo escuchaba comentarios tales como: "un disminuido no puede hacer bachillerato", o "hay otras alternativas para ti" .También consideraban que aplicar las recomendaciones de accesibilidad, aconsejadas en mi estudio psico-pedagógico, era privilegiarme frente al resto de la clase. En una ocasión que el ordenador falló en un examen, cierto profesor apostilló: "¿a saber si tú no has provocado el fallo?".

En el campamento de la Federación de Minusválidos

Las cosas llegaron a estar tan tensas que mis padres tuvieron que pedir la mediación del Inspector en el mes de marzo de 2003 para enderezar la situación. Este elaboró un documento clarificador que fue firmado por mis padres y el Centro.

Pero aunque una parte importante del profesorado entendió mi situación, algunos si­guieron opinando igual. Con el transcurrir del tiempo (la ley me per­mitía partir en dos cada curso) fui aprobando asignaturas, y en sep­tiembre de 2006 sólo me restaban dos para acabar el bachillerato.

Al ser las calificaciones negativas, emití mi disconformidad, que según la ley se me permite hacer, a ambos departamentos del Centro. Pero al leer las respuestas quedé herida y estupefacta al comprobar que entre sus argumentos para justificar los suspensos, incluían por escrito todo aquello que de palabra se me había dicho, e incluso dudaban de la capacidad de mis padres para orientar mi educación. Y para apuntillar mi autoestima se lucían con esta frase: " Este departamento considera nulas las posibilidades de realizar con éxito estudios posteriores superiores".

Por aquellos días me reconfortó el hecho de que iba a pasar en Aguadulce unos días de descanso, promovidos por la Federación de Minusválidos en compañía de otras personas discapacitadas. Fueron jornadas emotivas cargadas de afectividad. Era el con­trapunto a lo vivido los días anteriores.

Recordaba también las tertulias en la calle de San Nicolás junto a mi abuela, otros familiares y los amigos. Son para mí el momento más querido del día en el verano. Escuchar y ser escuchada, sentirse protagonista de unos hechos, ya casi olvi­dados por la sociedad actual, provoca en mí emo­ciones difícilmente explicables, pero muy agradables.

Es precisamente mi abuela mi mejor confidente, su sabiduría y cariño es tan grande que conforta mi existencia.

Finalmente quiero agradecer al pueblo de Alhama la generosidad con la que siempre me ha tratado.