EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 20 LITERATURA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

JULIO ALFREDO EGEA

 

Recibo una llamada telefónica de mi querida amiga María del Carmen Amate, excelente directora y alma de la revista "El ECO DE ALHAMA", haciéndome saber que, con el próximo número 20 de la revista se cumplirá el 10º aniversario y desea una colaboración mía explicando algo sobre mi persona y mi obra. Mucho le agradezco su atención y mucho admiro su dedicación entusiasmada que logra esa preciosa revista para su pueblo. Este Eco de Alhama ya no es un eco (como el recuerdo de aquel periódico fantasma del que tomó su nombre, perdiéndose sus números en torbellinos del paso del tiempo) que es principalmente un continuo pregón de las importantes historias y bellezas alhameñas. Enhorabuena a María del Carmen, a todo el Consejo de Redacción, y sobre todo al hermoso pueblo de Alhama por disponer de esa excelente publicación.

He recordado que dentro del número 4 de la revista, en el segundo año de su salida, se publicaban dos páginas bio-bibliográficas sobre mí, unos poemas del libro "Los Asombros", editado por aquellas fechas, y una fotografía. Al año siguiente,1998, fui invitado a dar una serie de recitales por bibliotecas del norte de Portugal, dentro de una semana cultural a partir del Día Internacional del libro. Me habían escrito los organizadores pidiéndome datos sobre mí para la propaganda de tales actos, retrasándose la carta y teniendo que irme preocupado por no poder enviarlos a tiempo.

Cual sería mi sorpresa cuando al llegar a la primera biblioteca me encontré con un programa que contenía el trabajo completo que salió en el nº 4 de "El Eco de Alhama", tomado de Internet, con lo cual la revista, sorpresivamente, me había prestado un gran servicio internacional, y había entrado dentro de mi modesta historia de escritor. Pensé lo extraordinario que era el caso, por aquellos años, de encontrar textos de una revista local en la red informática, dando noticias de un pueblo por todo el mundo, y supe de la extrardinaria diligencia, eficacia y modernidad de Maria del Carmen Amate. Atiendo su petición, lo merece todo:


 

 

Ilustraciones publicadas en "Alrededores de la sabina" de este autor en 1997 y en Buxia, verano, 2005. Especial homenaje a Julio Alfredo Egea. Fotografía de Pérez Siquier.

Un día, siendo niño, en la primavera de 1935, volví de una de las excursiones solitarias que hacía con frecuencia por la rambla de Chirivel, mi pueblo, y me encerré en el despacho de mi padre para escribir mis primeros versos, relacionados con árboles y pájaros. Fue el despertar a la literatura en versos ripiosos e inaceptables, aunque entre latidos de

un corazón emocionado ante la belleza. ¿Por qué tomaría aquella decisión? Quizá porque mi madre me leería la noche anterior algunos versos de Gabriel y Galán, que era el poeta de la familia, o porque mi padre recitaría un romance morisco que sabía de memoria: Abenamar, Abenamar, moro de la morería... Eran cosas que solían hacer de tarde en tarde. En fin..., ¿cómo pensar que aquel era el torpe principio de un quehacer que llenaría toda mi vida, el principio de una vocación de sentimiento y entrega, la dedicación principal de mi ya largo existir?

Poco después de aquellos primeros versos llegó la guerra, y supe del dolor de forma precoz y desgraciada, a través de medias palabras -dichas con miedo- del entorno, que hablaban de crímenes e injusticias. Empecé a saber que si la pena, la literatura y el arte en general no tuvieran en el mundo la importancia que tienen, la poesía quedaría reducida a cuatro canciones de primavera. Sin quererlo, fui desplazando árboles y pájaros por el latido de dolor de las gentes heridas por la guerra. Torpes versos perdidos de un niño desconcertado.

Viviendo en Granada, a donde se desplazaron mis padres después de la contienda, empecé, tras una primera posguerra tremenda, de gran aridez cultural, a educar mi sensibilidad poética, y mediados los años cincuenta empezaron a publicarse mis primeros libros, aceptados por mí después de alguna publicación indebida, por mi mucha ignorancia. Hice la licenciatura de Derecho en aquella Universidad, carrera que nunca pensé en ejercer, desde que fui descubriendo que existen los jefes, los horarios y las oficinas. En fin, algo raro era yo... Diré, resumiendo, que mi vida ha sido una lucha por vivir en libertad de pensamientos y movimientos. Mis planes eran disponer de tiempo para escribir, leer y viajar, buscando actividades que no me ataran mucho y me dieran lo indispensable, económicamente, para vivir con dignidad y llevar a mi familia adelante. Entre dificultades, logros y fracasos, continuos nomadismos, múltiples peripecias..., lo conseguí. La poesía da muchos bienes espirituales, muchos amigos, mucho conocimiento del mundo, y sólo ayuda en algo a mejorar la vida económica... Al menos en mi caso.

Llegó Patricia -cumplido amor de toda una vida- mi gran ayuda, los hijos, los nietos, el correr de los años... Ahora, en esta vejez lúcida -qué Dios me conserve- pienso, que de tener que vivir otra vida, elegiría los mismos caminos. He viajado por toda España y más de medio mundo, tengo

 

 

 

amigos en todas direcciones, sigo publicando mis libros... ¿qué más quiero? Me ha gustado vivir en mi pueblo, con continuas salidas hacia otros lugares. En el pueblo, la gran escapada, siempre fue hacia la naturaleza y la caza; a mi afición a la caza, entre otras cosas, le debo la cultura de sutilezas del campo que creo poseer.

No sabría definir mi poesía, aunque siempre he intentado explicar algo de mi poética, a través de mis tiempos de escritor. Por ejemplo, abreviando mucho diré que sólo escribo por necesidad, cuando gozo o sufro con un tema, nunca por vano artificio literario, y que creo que la poesía es sólo traducción de los asombros a través de la sensibilidad del poeta, del asombro cotidiano de ir descubriendo la vida, los seres y las cosas, desde la niñez.