EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 4 ECOLOGIA Y MEDIO AMBIENTE

Medio Ambiente y Sentido Común

MANUEL CARMONA POWELL

Trabaja como monitor sociocultural en el
Instituto de Estudios Almerienses de la
Diputación Provincial de Almería. Es
responsable de la Comisión de Educación
Ambiental del Grupo Ecologista
Mediterráneo, asociación a la que pertenece
desde hace más de diez años.

Alguien alegó en una ocasión: "lo malo de nuestro tiempo es que el futuro ya no es lo que era", quizás no sea una afirmación del todo desacertada si tenemos en cuenta que la visión optimista, de épocas no tan distantes, creía en la inagotable posibilidad inventiva del ser humano, canalizada a través de un imparable progreso científico y tecnológico capaz de sustituir al hombre en las tareas más duras e ingratas, de erradicar males y enfermedades milenarias. Esta idea está siendo sustituida por una sensación de que algo se escapa de nuestro control, que acuñamos términos que para nuestros abuelos resultarían desconocidos: agujeros en la capa de ozono, efecto invernadero, escapes y contrabando radiactivo, envenenamiento del planeta,... Si a esto le añadimos otras realidades más clásicas, pero en triste auge, como el hambre, conflictos étnicos, racismo, aumento del abismo entre países desarrollados y subdesarrollados, violaciones de los derechos humanos en multitud de lugares y un largo etcétera, nos da un panorama poco halagüeño.


Ilustraciones: Javier López Gay

La situación medio ambiental hay que abordarla sin caer en el catastrofismo estéril, que alienta la sensación de que esto no hay quien lo arregle, o en un conformismo cómodo que manifiesta que los seres humanos no tenemos remedio y nos merecemos las barrabasadas pasadas, presentes y venideras. Afirmación cuanto menos desconsiderada con los indudables avances socia les y tecnológicos de nuestra era, producto en tantas ocasiones del esfuerzo solidario de muchos.

Los que apostamos por la defensa del medio ambiente nos estimula comprobar que hemos dejado de ser marginales. La conservación de nuestro entorno no es un impedimento para el progreso, sino un requisito imprescindible para garantizar un desarrollo que perdure en el tiempo, basado en la planificación de los recursos naturales y no en su esquilmación; centrado no solo en el crecimiento de la economía, sino en la mejora del nivel y la calidad de vida.

En nuestra constancia por favorecer o propiciar unos cambios en las actitudes y conductas de los ciudadanos para fomentar su propia responsabilidades y participación en la resolución de problemas ambientales, insistimos siempre en que la clave no puede venir únicamente por parte de algunos políticos lúcidos, de técnicos sensibles o de voluntariosos ecologistas. Debe ser fruto de la conciencia y acción colectiva de la mayoría de los ciudadanos. Para acercarnos a esa meta, nos encontramos con una serie de obstáculos.

El primero sería el desconocimiento que tiene la población sobre los problemas ambientales de su entorno más cercano, que suelen ir asociados a los sectores económicos predominantes en su localidad: minería, industria, ganadería intensiva, turismo, etc. Así como los carencias ambientales del entorno urbano y sus consecuencias: problemas generados por las basuras y el tráfico, carencia de zonas verdes y de esparcimiento, ruido,... sin olvidar los de su medio natural: sobrepastoreo, prácticas agrícolas inadecuadas, abandono de tierras de cultivo, pérdida de suelo fértil, etc. Resulta obvio que si los ciudadanos no conocen o no asumen como problemas los déficits medio ambientales más inmediatos ¿qué aportación pueden hacer en su resolución?.

Otro impedimento, y reto para los que intentamos fomentar la educación ambiental, se centra en que la nueva concepción del mundo que se plantea, esta dificultada no sólo por los intereses creados de ciertos grupos, más o menos definidos y con demostrada influencia (como pueden ser algunos gobiernos o multinacionales), también por los modos de pensamiento y comportamiento establecidos en la mayoría de nuestra sociedad, muy vulnerable a un consumismo excesivo, derrochador y, también hay que decirlo, muchas veces tentador.

Se trata de ir más allá de los tradicionales consejos cívicos (no tirar papeles, recoger los excrementos de su perro, no arrojar basura en nuestras salidas al campo o la playa,...) y que los ciudadanos asuman y se responsabilicen de que numerosas actitudes cotidianas influyen en nuestro entorno mucho más de lo que pensamos: apagar la luz cuando no hace falta, no despilfarrar agua, utilizar el transporte colectivo, o modificar algunos hábitos de consumo, tienen una gran incidencia en la conservación del medio ambiente. Si, además, nos mostramos indignados y exigentes ante ciertas actuaciones irresponsables, como por ejemplo, la venta de pescado inmaduro o de ciertos desaguisados urbanísticos, y canalizamos ese malestar mediante una carta al director de un periódico, una queja al responsable político o administrativo que proceda, o de la mejor manera que se nos ocurra (eso sí, sin perder las buenas maneras y compostura) observaremos de qué forma nuestros gestores son sensibles a las demandas, si vienen suficientemente respalda das y correctamente promovidas.

En definitiva, se trata de actuar con sentido común, aunque las malas lenguas digan que es el menos común de los sentidos.