EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 3 HISTORIA

"Alhama La Seca"

Un poema inédito de Antonio Ledesma Hernández

ANTONIO JOSE LOPEZ CRUCES

Antonio José López Cruces. Doctor en Filología Románica y Catedrático de Lengua y Literatura. Es autor de diversos trabajos sobre la literatura almeriense en los siglos XIX y XX. Miembro del Instituto de Estudios Almerienses. Participa asiduamente en Congresos, Jornadas Nacionales e Internacionales de Literatura y Lingüística.

El año 1897, y para buscar alivio a sus dolores reumáticos, el abogado y escritor almeriense Antonio Ledesma pasa una temporada en el balneario de Alhama. Una vez restablecido de su mal, dedica, lleno de agradecimiento a la población que le devolvió la salud, el poema, inédito hasta hoy, que a continuación presentamos y que, como en otras composiciones de su libro Poemas (1887), transparenta la influencia de los pequeños poemas de Campoamor. Ledesma, que durante varias etapas de su vida se dedicó al cultivo de la vid, se lamente del mal que causa a las viñas la terrible filoxera –insecto que, tras atacar las hojas, destruía las raíces-, aunque señala el alivio que en medio de tan desconsoladora plaga suponía para las plantaciones el portainjerto americano denominado Ripiaría. No deja de aludir, jocosa y malintencionadamente, a Francisco y Nicolás Salmerón, hijos preclaros de Alhama.

I

Seguid la carretera en derechura
que sale de Almería a la ventura,
que cruza por el Chuche y va a Rioja,
que a Gádor va segura
y que después se pierde en la llanura
de un río torrencial en que se arroja.
Antes que en él acabe
torced por una cuesta polvorienta
que todo auriga de memoria sabe.
Es de Alhama la llave
y se llega a la cumbre o se revienta.

II

¡Qué cuesta, santo Cristo!
En mi vida la he visto
más empinada, larga y angustiosa.
Gracias a que en sus bordes infernales
verdan los parrales
y se olvida la sima peligrosa.
Hermoso es, en tal vía,
mientras el coche rueda lentamente
y las mulas están en la agonía,
ver a la luz del día
los pámpanos cubriendo la pendiente:
sobre alambres delgados,
los brazos de las parras, extendidos,
descansan descuidados
y debajo trabajan los arados
y arriba están los frutos escogidos.
El labrador, atento,
poda, sulfata, despampa y liga
y la vida le devuelve en su momento
por cada gota de sudor un ciento
de racimos dorados. ¡Gran amiga!

III

Verdad que amarillea en muchos trechos
el pámpano que forma verdes techos,
que sus vástagos tiernos enflaquecen,
que cien parras perecen
y quedan arrancadas cual desechos.
Verdad que, en la ladera,
calvas se ven distancias importantes
de vides que mató la filoxera.
Pero allá do muriera
una parra, hay injertos rozagantes
de Riparia, esa planta bienhechora
que vive con la plaga en paz segura
y que da, al labrador que mustio llora
su perdido parral, consoladora
esperanza de verde que perdura.
Esto trueca el pesar en alegría
y así, cuando subía
esa de Alhama trabajosa cuesta
gozoso me decía:
- No ha de tardar el día
en que Alhama feliz esté de fiesta.

IV

Y lo merecen sus preclaros hijos.
No hablo de Salmerón que filosofa,
pero que no cultiva los cortijos.
Hablo sólo de aquéllos que, prolijos,
aunque salidos de mediana estofa,
levantaron las lastras seculares
de su Alhama, la Seca,
plantaron parraleras singulares
y llevaron familia, amor y lares
bajo la sombra de la parra enteca.
Éstos, en su heroísmo
agrícola, parécenme mejores
que los dos Salmerones soñadores
haciendo un trabajoso silogismo,
pues si el común sentir aquí no marra,
sin llevar la razón a cosa extrema,
es plantar una parra
más útil que plantar un entimema.

V

A Salmerón dejando y la pendiente,
uno abstruso a perder, la otra inclemente,
se ve por fin Alhama,
que es un pueblo en las cumbres asentado,
de nuevas parraleras rodeado,
cerca de un manantial que se derrama.
Un rico manantial de aguas termales
que un oculto volcán lanza y caldea,
que cura el reumatismo y otros males,
pues se puede tomar por tres reales
un baño el dolorido que cojea.

VI

¡Oh, Alhama, qué tesoro
tienen con esas bendecidas!
¡Cuántas piernas tullidas
te cantan, ya sanadas: yo te adoro!
¡Cojos y paralíticos, en coro,
te ensalzan y te entregan sus pesetas!
Al entrar en tu egregio balneario,
hay de ellos un muestrario,
pues, al curar, te dejan sus muletas.

Yo también, a tus pilas de bautismo
llegué casi lo mismo.
Flaco, amarillo y arrastrando apenas
mis piernas, como atadas con cadenas,
y salí con soltura y alegría
dando mis torpes males al desprecio,
pudiendo competir en bizarría
con Leotar, cuando hacía
aquellas maravillas del trapecio.

VII

¡Salve, Alhama benéfica! Agua mansa
que de salir hirviente no descansa
y que después que opera curas tales
en cristalino estanque se remansa
y, enfriada, de riesgo a los parrales.
El volcán ignorado que la arroja
es el gran curandero de tus sierras.
¡Bien haya su profunda brasa roja!
Que no hay ni bien ni mal, todo es lo mismo.
El volcán destructor cura con celo
y el agua natural da reumatismo.
El bien puede venirnos del abismo
y caernos el mal del alto cielo.
Cuando tu Salmerón con su embolismo
pise de nuevo tu calcáreo suelo,
¡Oh, Alhama, cúrale de su Krausismo,
que es también, en la mente, un artritismo
y en la honda metafísica... ¡un caramelo!

EPILOGO

Antonio Ledesma Hernández sintió toda su vida una fuerte antipatía por su ilustre paisano el filósofo y político republicano Nicolás Salmerón y Alonso, al que satirizó en diversas obras, algunas hoy perdidas, y señaladamente en su extensa novela Canuto Espárrago (Almería, 1903).

A los trece años, Antonio Ledesma, ya formaba parte de la Juventud Católica almeriense y en 1871 colabora activamente en la revista de dicha institución: La Juventud Católica, con numerosos artículos de fuerte influencia eclesiástica. El joven Ledesma oiría a menudo hablar de Salmerón en los ambientes más conservadores de Almería y Granada, donde estudiaba la carrera de Derecho, que darían una imagen muy negativa del célebre político republicano. Probablemente, esta fuerte influencia de los ambientes políticos más reaccionarios ayude a explicar muchas de las actuaciones futuras de este prolífico abogado, político y escritor.