EL ECO DE ALHAMA NÚMERO 3 LITERATURA

ENRIQUE

BALDOMERO CADENAS GIRALT

Enríque Enríquez Andrés, nació en Huécija el día 9 de Abril de 1952. Estudió en el Seminario de Almería, que dejó una vez concluido el bachillerato. Hombre emprendedor y optimista, desempeñó distintas profesiones y promovió diversos negocios, hasta el 27 de Noviembre de 1979, fecha en la que accede a la función pública, obteniendo la plaza de auxiliar administrativo que convocaron los Ayuntamientos de Huécija y Alicún. En Marzo de 1990, accedió a la misma plaza vacante en el Ayuntamiento de Alhama de Almería, después de superar las pruebas celebradas ese mismo año. Desde entonces y hasta el día de su muerte, 19 de Mayo de 1995, estuvo plenamente vinculado a este municipio, contribuyendo con su trabajo, honradez y dedicación, a hacer más agradable y fácil la vida de los demás. Su vida fue, y es en el recuerdo, un ejemplo a seguir. A todos los que lo conocimos y tuvimos el honor de compartir su amistad o su cariño, nos ha dejado un hondo vacío, pero a la vez el testimonio ejemplar de sus actos, que siempre estarán en nuestra memoria.

Alhama de Almería, 23 de Abril de 1997

 
Enrique Enríquez Andrés

Se despertó bruscamente, sobresaltado. Un fuerte dolor en el pecho interrumpió su sueño y todas las neuronas de su cuerpo dieron la voz de alarma. Se removía inquieto en la cama, los ojos abiertos, clavados en la oscuridad, las manos sujetas en el punto exacto del corazón, donde más se clavaba aquel dolor insoportable.

-Tengo que dejar de fumar, se dijo a sí mismo, de mañana no pasa-.

Intentó cerrar los ojos para conciliar de nuevo el sueño, desconectando todas las alarmas de su cerebro, dándole órdenes precisas, convenciéndose de que era una cosa pasajera, sin importancia, diciéndose que estaba todo controlado y superado. Pero al cabo de un rato no pudo olvidar, el dolor le seguía machacando el pecho una y otra vez.

Se levantó de la cama, su mujer dormía por completo, sus hijos también. Ningún ruido extraño en la casa, sólo aquel dolor punzante y ensordecedor. Buscó una aspirina, con la esperanza siempre de dominar aquel incidente, pero no encontró ninguna.- El tabaco, volvió a decir, esa es la medicina, desde mañana se acabó-.

Volvió a la cama, pero ya no pudo dormir más. En aquellas dos horas que faltaban para las siete de la mañana, pensó en su padre, muerto hace años después de que le amputaran una pierna primero y después la otra, llegando al final de sus días sin conciencia, totalmente drogado, entre sufrimiento y sufrimiento. Y pensó si aquello había servido de algo, si deberían haberle dejado morir rodeado de toda la familia, con tiempo para despedirse de ellos. A él le hubiera gustado decirle adiós, retener una última palabra, un último consejo, que habría guardado en su memoria para siempre.

Pensó en sus amigos, en el trabajo pendiente, en aquel orden social que desde su imaginación impartía a aquella sociedad ideal que tantas veces inventara para su pueblo, donde todos se llevaran bien, compartiendo y disfrutando todo lo que la vida les ofrecía, ayudándose los unos a los otros como norma básica de conducta. La ciudad de Dios en la tierra, como San Agustín soñara un día y él conocía de sus años de seminarista.

Pensó en la última partida de ajedrez que había ganado, y reprodujo mentalmente los últimos quince movimientos, disfrutando al recordar la cara de asombro y las expresiones de su primo, al descubrir que era jaque mate. Recordó la última escapada a la sierra, el paseo desde el cortijo de Miguel al de su hermano Paco, caída la tarde, entre dos luces, charlando con su amigo, del universo y de la formación de las estrellas. Y pensó en lo difícil que se le hacía comprender aquel misterio.

El despertador sonó puntual, como todos los días. Cuando ya estuvo vestido, al coger la cartera y las llaves, cogió también la cartilla de la seguridad social.

Llegó el primero. Todavía la puerta de la cafetería estaba cerrada. El café de la mañana y el primer cigarro, eran parte de un ritual. Comentar mientras tanto, las noticias de la noche anterior, o el partido de fútbol, eran sus pasiones favoritas.

El aire de la mañana, fresco y limpio, levantaba su ánimo y su buen humor. La vida siempre en positivo, el optimismo por montera y la risa en su boca, le hicieron olvidar por completo la noche que había pasado. Sin embargo, cuando echó mano al bolsillo de la camisa para sacar el paquete de tabaco, sacó también la cartilla, y un negro recuerdo nubló su mente por segundos. –No estoy bien del todo, se dijo, iré a sacar número.

Al salir del bar, se fue directamente a la oficina del Ayuntamiento, y allí una vez iniciada la actividad, apenas si tuvo tiempo de pensar en otra cosa.

Al cabo de un par de horas comenzó a sentirse otra vez mal. Apenas si había charlado con los compañeros. En varias ocasiones le habían dado pie para una broma (con lo que a él le gustaban) pero no siguió el juego, estaba como ausente.

-Pariente tienes mala cara, vete a tu casa, le dijeron en varias ocasiones- Pero seguía ensimismado en la actualización del censo electoral, ordenando las reclamaciones que se habían presentado. Las elecciones estaban cerca y los plazos había que cumplirlos. También en Huécija se estarían preparando, él era candidato y por una vez en la vida tenía el presentimiento de que aunque no iba a ganar, tampoco lo harían los de siempre; él tendría la llave del gobierno municipal.

-Tengo que descansar, se dijo, acabo el censo y me voy.- Apenas si se despidió de los compañeros. A su amigo el Secretario le dijo, me voy, estoy enfermo, y éste, sin prestarle mucha atención, asintió con un bueno, cuídate. Llegó a su casa y se metió directamente en la cama. Sintió un hormigueo por el hombro izquierdo que se iba extendiendo por el brazo, pero el cansancio no le permitió darse cuenta de nada más. Un profundo sopor invadió su cuerpo, y pronto su mente viajó al mundo de los sueños envuelta en los ensordecedores ruidos de su respiración, honda y larga, rítmicamente larga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Un tablero de ajedrez, las fichas perfectamente colocadas para iniciar una partida. Hay una silla vacía, la otra la ocupa un hombre de rostro bondadoso en el que es imposible determinar su edad. Hace un gesto de bienvenida y le invita a sentarse frente a él.

Un cenicero, un puro habano "Don Julián", un café solo y una copa. Piensa que no puede haber más placer en el mundo. Le da fuego, y aspira la primera calada. El sabor del habano le invade todo el paladar, mientras exhala el humo que lo envuelve todo. Bebe un sorbo de café y otro de coñac, se humedece los labios para saborear más aún la hoja de tabaco, a la vez que mira el tablero, enlazándose los dedos de las manos y haciendo crujir todas sus falanges.

-Para usted las blancas, quiero darle esa pequeña ventaja.

Empieza la partida, y pronto se da cuenta de lo bien que juega su oponente. Primero respondió con maestría a los clásicos movimientos de apertura, introduciendo algunas variantes llenas de originalidad, y ahora controla el centro del tablero con la posición de sus peones y caballos que bloquean todas sus posibles salidas. Le desespera esta situación, no puede atacar, y cuando no lo hace siente una impotencia enorme. Le gusta llevar la iniciativa, pero no puede. Le propone varios cambios, de los que obtendría ventaja posicional, pero los rechaza con sabiduría, obligándole por el contrario a cambiar allí y donde le ha convenido. Ahora está en una posición desfavorable, jugando a contracorriente, según el ritmo que marca su oponente. Solo su optimismo innato hace que no desfallezca, aún espera un fallo de su rival para recuperarse.

Transcurre la partida y el fallo no se produce. Al contrario, el que falla es él. Mientras que el hombre sin edad juega con una seguridad espantosa, diríase que conoce la partida antes de jugarla y repite de memoria todos los movimientos.

Aún contra las cuerdas, sin más posibilidad que defender a un Rey tambaleante, no pierde la esperanza en las tablas. –Dame una tregua y ahogaré al Rey, lo colocaré en una posición que sin estar jaque, no pueda moverlo porque cubran todo su campo las fichas negras. Está a punto, solo falta que coloque el alfil en...-

¡Jaque mate! – El hombre sin edad se levanta y le tiende la mano. Apenas si lo mira, concentrado como estaba en la partida, repasando todos los movimientos que había efectuado y admirando la técnica clara y sencilla del juego de aquel hombre desconocido. Diría que lo había matado, con la dulzura de un maestro por su discípulo favorito o con el amor de un padre por un hijo.

Se despidió con hasta luego lleno de bondad y cuando le dio la espalda, un haz de luz lo envolvió apartándolo de la realidad. Desesperadamente le grita, y al volverse en medio de aquella luminosidad celestial, descubrió el rostro de su padre. Lleno de felicidad lo llama ¡Papá! ¡Papá! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

-¡Papá! ¡Papá!- Su hijo Enrique le empujó con suavidad, despierta, son las seis, te han llamado de la gestoría. Abrió los ojos aún turbios por las imágenes del sueño. Se chupó los labios y descubrió el sabor del habano. Sin despertarse del todo, ordena que le traigan un café.

En el fondo de la taza flota la imagen de un tablero de ajedrez. Bebe un trago largo y en cuestión de segundos un dardo emponzoñado circula por sus venas. Un filón de cafeína en forma de balazo ensancha todas sus arterias y cuando llega al corazón lo abre como una granada. Oxígeno, más oxígeno le pide el cerebro. Sangre, más sangre, bombea sin cesar hasta que no puede más y se rompe en un estallido final.

Un cuerpo de casi cien kilos se desploma contra el suelo, entre el abrazo inútil de un hijo que llora y grita desesperadamente.

Un a luz inmensa, cegadora, sobrenatural. Una mano que se tiende y que lo coge como si fuera una pluma en el aire. Su padre le da la bienvenida y lo envuelve en un cálido abrazo.

Epílogo

Querido Enrique, he intentado enjugar el dolor de tu muerte releyendo viejos poemas, buscando el bálsamo de los poetas que hicieron frente a la muerte, pero no he encontrado consuelo.

Imaginar tu muerte, recrear los últimos momentos de tu vida y dar tregua a la esperanza. Pensar que al final del camino me estas esperando, con el tablero dispuesto para jugar una partida. Pisaremos las uvas y dejaremos que el mosto fermente en el tonel, y mientras el arrope hierve, asaremos tocino y chorizo, para beber el vino que quedó del año pasado, entre chistes y bromas, entre cuentos e historias, entre sueños y debates, fumaremos un cigarro y dejaremos que el cálido sol de otoño ilumine la mesa donde el tablero aparece rodeado de pan, aceite, tomate y vasos medio llenos, medio vacíos. Aspiraremos el aire de esta tierra, y por un momento imaginaremos que toda la eternidad puede quedar condensada en ese instante.

Viejo amigo, qué solos nos hemos quedado.